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Viaje al paraíso: Brañagallones
almacenadas en las tenadas de las cortes, en un mundo en el que la vaca ocupaba
casi el mismo rango que las personas. De ahí la trashumancia de radio corto,
cuando las nieves nos abandonaban y los regalados pastos brotaban con fuerza.
Por los arduos caminos y sendas que vinimos relatando, subían los vaqueros de
Bezanes a enverangar, a pasar la temporada estival en la majada, amayadar; más
de treinta familias cuentan que se juntaban con sus vacas, las elegantes yeguas de
Ramirón, Rafael, Antonín y alguno más, los callados jumentos -a los que tanto debe
el campesino- y hasta los cerdos y gallinas y alguna oveja de vecera y rebaños de
cabras, que se guardaban al atardecer en rediles o cuerries, cuando al finalizar las
tareas de la yerba se concentraba la vida en la majada. Sin embargo, el ganado
menor solía permanecer preferentemente en los aledaños de la aldea, rigiéndose
bajo el peculiar sistema de vecería, común a casi todos los pueblos de la montaña,
que consistía en encomendar comunalmente el cuidado la reciella a pastores que
se ocupaban del mismo rotativamente mediante riguroso turno o corría, según el
número de cabezas que poseyese cada vecino (una corría el que tenía dos ovejas,
dos el de cuatro, etc.). A tal efecto, bien temprano, el pastor tocaba la campana de
junta y los propietarios abrían las puertas de los corrales dirigiéndose las ovejas
obedientemente hacia La Bolera; así todos los días, excepto en momentos de grandes
inclemencias, y salvo la época coincidente con la estadía en la majada, en que se
encomendaba la reciella al cuidado semanal de un pastor que curiaba el rebaño
durante la semana, al abrigo nocturno y a salvo de alimañas en la llamada Cueva les
Oveyes, y que bajaba los sábados a la aldea, para que los dueños controlasen sus
animales, volviendo a subirlos los domingos. Las cabras también seguían idéntico
sistema de vecería y al toque de campana se dirigían hacia El Pandu, para ganar
la jornada ramoneando por sitios escabrosos. Quienes tenían un buen atayu de
cabras, como la cabrada de Joseico, se encargaban individualmente de su pastoreo.
El calendario tenía un orden establecido. Las ordenanzas no permitían acceder a
las majadas altas hasta el día de San Juan; las correspondientes a estos pueblos de
Bezanes, Sotu y Belerda eran las de Valdebezón, Cerreu, Vega Pociellu y Busumberón.
La Vega era considerada pasto bajo, accesible durante todo el año, dependiendo
–claro está- de la climatología. Los ganados podían pastar en las majadas altas en
cualquier momento, aunque según las reglas del tiempo inmemorial, si subían a
Cerreu o a Valdebezón, debían recogerse a la tarde y pernoctar con el pastor en
Brañagallones, lo que era difícil de aplicar para aquellas vacas casinas montaraces
que se enriscaban en lugares inverosímiles, pero así eran las normas. Los vaqueros
de Sotu y Belerda a partir de San Juan subían a amayadar en las majadas altas de
Raneu y Valdebezón, aunque algunos también tenían cabaña en la Vega y algún
vecino de Bezanes en las otras. Por su menor población y mayor hacienda, los de
Sotu y Belerda dedicaban más tiempo a ésta, no solían enverangar al modo de los
bezanexos. Sotu, nos cuentan, era un “pueblu señor”, si se puede dar por válida
tal expresión en aquel mundo de extremas necesidades, con mejores fincas al pie
de casa, mientras Bezanes -con mayor población- dependía de las suertes que
beneficiaban mediante arrendamiento en la extensa pradería propia del antiguo
mayorazgo de Los Cobos y el aprovechamiento de los cotos, siendo buena parte
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