Page 27 - Braña
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Viaje al paraíso: Brañagallones
un gigantesco dinosaurio al otro del valle, la majada de Brañapiñueli. La Vega ya
se advierte cercana, la vemos a lo lejos, apenas dos kilómetros nos separan de ella.
Brañagallones, soberbia campiña hoy conquistada por nuevos usos y costumbres,
era fundamental para que los vaqueros de Bezanes, Belerda y Sotu, tras levantar
las brañas equinocciales, llevasen a pastar sus ganados en los veranos, hasta que
la nieve en La Cerrosa les señalaba el regreso. Pero, como leímos, los accesos eran
apenas trabajosas sendas de difíciles pasos; por ello, con escasos medios y la fuerza
solidaria de los vecinos se franqueó la roca en los primeros años de la postguerra, a
martillo y punteros, abriendo un resquicio para alargar la vía a la majada, estrecha
vereda que rememoran con un pequeño tramo de suelo entayonau, entablado de
traviesas, en la vallina del Crestón, para aumentar mínimamente su caja defendiendo
con postes de madera (llates) la enorme altura; una senda en la que no podían
cruzarse ni siquiera dos burros (alguno se despeñó por los abismos).
En 1964, se continuó el camino de carro que moría en las caserías del Andorviu,
abriendo caja por la roca en Zamploñán, hasta que las nieves y un tremendo
derrumbe paralizaron las obras. Al año siguiente mediante barrenos se franqueó
el Crestón y se prolongó la pista hacia la Vega, dando auge al refugio de caza y
postergando al olvido tanto a la vieja senda de arriba que los vaqueros transitaron
durante siglos como a la vereda insuficiente que ya anticipaba el mismo itinerario.
Bien lo recuerda Silvino Valdés con su prodigiosa retentiva, que hasta sesenta
comidas diarias llegó a dar en aquellos parajes para los obreros que trabajaban en
la obra. En octubre de 1966 llegaría, al fin, la oruga al refugio de Brañagallones, tras
desgarrar el enorme cuchillar rocoso de Pintacanales, que viene de pindiu y cierra
al norte la gran herradura que ciñe Brañagallones.
Nos asomamos a profundos abismos en la citada vallina de Crestón, tremendos
precipicios en los que el río se encaja al fondo abriéndose paso por estrecha
garganta. La grandiosidad impresiona y causa zozobra a quienes sienten pavor a
estos lugares, la acrofobia; no es para menos cuando alguna tragedia se contabiliza
en el barranco, aunque hoy existen protecciones y el “Taxi al Paraíso” manejado
con pericia por Rafa, transporta a los excursionistas sin dificultad alguna. De aquí
en adelante, haciendo una breve pausa en otro tesu -el Escobiu Colorau- con
prodigiosa vista al frondoso Redes y las alturas, se conjugarán los tramos desnudos
de la xerra con un bosque cada vez más ralo en el que los aceos (acebos) y algún
solitario serval van robando protagonismo a la reina del bosque. La proximidad de
la Vega, tan bulliciosa antaño, va humanizando incluso las insignificantes tachuelas
del trayecto: el Rebollu Mel, desnudo leño que se mantiene enhiesto (que recuerda
a aquel José el de Mel que un día marchó a Cuba para jamás regresar y cuyo padre
nos dejaría su estela en hitos del paisaje), la Mostayera de Laura, el Parradal de
Gabriel; se atraviesa el fayeu del Matón, y la Quemada, con sus flancos a un lado
de gorbizal y al otro aceos, que tanto alimentaron a ganados y urogallos, para
finalmente llegar a la juente de Pandu Quemau (así, con la hache aspirada, vestigio
de nuestros lejanos primos vadinienses).
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