Page 25 - Braña
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Viaje al paraíso: Brañagallones






        los vecinos. Crepuscular presencia de los corzos, argañal de caza para el lobo, que
        se colmata de nieve en los inviernos y argaya con estruendo en el deshielo; otrora
        un mal vado de escasos metros, amparado hoy por un voladizo de hormigón que
        detuvo el reiterado aislamiento invernal de Brañagallones, pese a que en las grandes
        nevadas no resulte efectivo cuando el alud ciega por sus extremos las salidas.

        El bosque de Los Algueredales nos da sombra y en tierra de tesos y vallinas
        sumamos otra: La Talanguera (nombre que nos indica un punto abundante en
        buenas maderas, pariente etimológico de la tenobia de nuestros hórreos), donde la
        vieja senda buscaba las alturas. Poco más adelante, en el Collaín de los Madreñeros
        la imaginación confunde los sentidos y acerca a nuestro oído los ecos del leñador
        abatiendo la faya, el blanco abedul o cualquier árbol idóneo para aliviar el barro
        y el frío del invierno. La toponimia nos señala, en esta lengua del bosque que nos
        abraza, la importancia que tuvieron las antiguas labores artesanas, el febril trabajo
        que un día llegó a ser principal industria de los lugareños: la madreña. Abajo, muy
        abajo, hasta un xerru que acaricia el río, bajaban los madreñeros con su ferramienta
        para talar los árboles que los guardamontes señalaban, o que la osadía furtiva y
        clandestina consideraba. Desde la apartada Cuafó, a la otra orilla del río, llevaban la
        madera para transformarla en los tayones que las hábiles manos de los artesanos
        convertirían después en el calzado humilde y campesino. Por la inclinada pendiente,
        las caballerías de manejo –muchas de ellas sufridas herederas del asturcón y algunos
        burros- alcanzaban la vereda para bajarla desbastada a los portales del pueblo. En
        cada antojana una taladrera y en cada casa un madreñero, o varios, todos. ¡Cuántos
        esfuerzos y trabajos!

        La razón de extraer la madera en sitios tan dificultosos obedecía bien al
        aprovechamiento ilícito, penado con gravosas multas e incluso la cárcel en los años
        duros, o también a las arbitrarias subastas que se adjudicaban al vecindario. Esta
        problemática quedó reflejada en la Memoria de la Cátedra celebrada en Bezanes
        por la Sección Femenina (marzo de 1964) en la que se da cuenta de las dificultades
        que encontraban los habitantes de estas aldeas para ejercer su trabajo: “La gente se
        dedica a la fabricación de almadreñas y a la ganadería, existiendo, como en los demás
        pueblos del concejo, el problema de la madera, ya que las subastas son excesivamente
        caras y no pueden ser adquiridas por el pueblo. Además la madera está en zonas
        muy alejadas y en lugares donde no pueden entrar las caballerías para recogerla. Hay
        otra particularidad: si toman parte en una subasta les tocan los peores lotes. Estos
        problemas dan lugar a que los almadreñeros tengan que trabajar a jornal para otros,
        es decir, para los maderistas que les dan la madera para trabajar, pagándoles por
        cada par 15 pesetas. Un buen almadreñero hace al día solamente 3 pares, ganando
        por tanto un jornal de 45 pesetas diarias y, para ello, tienen que trabajar desde que
        sale el sol hasta que se pone”. Reflejaba dicho informe, que la principal preocupación
        de los moradores eran los elevados precios de partida en las subastas de madera,
        inasequibles a sus posibilidades económicas. Por el contrario, una queja frecuente
        de los maderistas era que los madreñeros “picaban” los troncos de los árboles para
        saber si eran o no adecuados porque, al parecer, dañaba el valor de la madera.


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