Page 20 - Braña
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en términos de Caso, junto al monasterio de San Salvador (“in alfoz de Caso,
iusta monasterium Sancti Saluatoris”). La precisión es clarificadora; sin embargo,
en ningún momento posterior tenemos constancia de su existencia, por lo que,
teniendo en cuenta la meticulosidad de los monjes a la hora de inventariar sus
innumerables propiedades, resulta aventurado afirmar con rotundidad que haya
existido tal cenobio, aunque quién sabe si en esos veintiséis años que van de 1165
(Fernando II) a 1191 (García Martínez) se erigiera allí un mínimo cenobio que no
llegaría a tener continuidad, cualquier veredicto ante el enigma histórico resulta
irresoluble. Del monasterio, remedando a Eco, sólo el nombre permanece, reflejado
en las límpidas aguas de su río.
Probablemente el topónimo Monasterio evoque simplemente, como decíamos, la
reminiscencia del poder monacal, el río de los monjes benedictinos, los monjes
negros del Medievo, dueños y señores de los contornos, al que pagaban tributo y
sometían sus faltas los nacidos en esta tierra, aquellos que oraron durante siglos y
siglos ante la vieja iglesia desde el teso o tesu, nunca texu. Ojalá resulte provechoso
el esfuerzo de haber llegado aquí si conseguimos que el tesu destierre de una vez
al pretendido texu, por muy sagrado que sea éste y nos pretendan confundir con
atávicos ritos precristianos.
EL REINO DE LAS ABEJAS
Desde el siguiente punto el camino se irá dulcificando, pese a que el ascenso
prosiga más o menos continuado hasta alcanzar los 1240 m. en que se ubica el
refugio de la Vega y nos esperen todavía empinadas cuestas. Dejando a nuestra
izquierda las quemadas lomas de La Roñada, gorbizal que mantiene indeleble la
traza del viejo camino, llegamos a otro teso sin tejo: Los Carquesales (1009 m.). Y
a este carquexal, abundante en carquexa, planta leñosa de copa baja y flor morada,
le dicen los lugareños Carquesales, y así debe quedar escrito, aunque aquí se rice el
rizo y pasen algunos a denominarlo “Texu los Carrascales.”
La vista, ensimismada ya en la gran masa forestal de Redes y las alturas de la Peña’l
Vientu en lontananza, se detiene en este promontorio, encaramado sobre la depresión
del Monasterio, para contemplar un tesoro etnográfico: el colmenar instalado en tan
estratégica ubicación de brezales y abismos por Armando Caldevilla, persona sabia
y afectuosa que no escatima esfuerzos para defenderlo de los osos; continuador,
quizás sin sospecharlo, de una labor pecuaria que viene de muy atrás: la apicultura,
sector que debió ser relevante en la economía campesina, como recoge la carta
foral otorgada por Eslonza a los vasallos de Sotu y Belerda del año 1272, en la que
estipulaba el pago al monasterio de veinte libras de cera anuales, y también, un siglo
antes, la reseña de las “covas mellifluas”, las cuevas melíferas, en la citada donación
de la iglesia de San Salvador por Fernando II (1165), la recolección heroica de la miel
y la cera en las encumbradas grietas de las rocas especialmente simbolizada en los
vecinos de Belerda, “colmeneros” como canta la copla, porque “tienen munchos
colmenares; comen miel en los calderos y oyen misa en los portales”, y en el mismo
nombre del apacible paraje en el que estamos a punto de penetrar, el Cotu Abeyar.
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