Page 15 - Braña
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Viaje al paraíso: Brañagallones







        “En  ningún  otro paraje  nuestra  ubérrima  tierra  es  más  inmarcesible,  más
        enriscadamente hermosa y más Asturias que por estos términos”. Así expresaba su
        admiración por las tierras de Redes José Ramón Lueje, que las pateó y apuntó con
        minucia las sensaciones que le transmitían; probablemente su vecindad influyó en
        las apreciaciones de quien conocía como la palma de su mano buena parte de la
        geografía asturiana, pues encierra el Principado infinitos paisajes de análoga belleza.
        Mas algo tendrá de excepcional este pequeño cosmos, jalonado de bosques y majadas
        al abrigo de la Cordillera Cantábrica, cuando el gran divulgador de la montaña
        asturiana le alabó con vehemencia en tantas ocasiones. Quizá la conjunción entre la
        albura caliza de las cumbres, salpicada de verdes, y el indescriptible caleidoscopio
        cromático que eclosiona en los otoños, las diminutas aldeas, auténticos tesoros
        etnográficos, y el propio paisanaje, envejecido y envejeciendo, que en ellas habita,
        ese mundo del agua que gobierna el Nalón, padre de los ríos asturianos al que fluyen
        los hilos de plata de sus afluentes, sea lo que envuelve en embeleso al visitante que
        recorre este escenario que tanto cautivó al ilustre piloñés.
        Prodigiosa naturaleza cuajada de biodiversidad que conjuga la abrupta gallardía
        de las cumbres y las impenetrables arboledas con la idílica armonía de brañas y
        praderías que sustentaban la otrora notable producción ganadera del concejo,
        gobernada por los sabios códigos de los antiguos; economía apegada al terruño
        que transformaba en utilidades los dones que el medio le brindaba: el calzado, los
        afamados quesos que abastecieron las alacenas monacales del Medievo, la miel, la
        caza y la pesca, hasta el untu de los osos o la amarga raíz de la xanzana. Un universo
        que va desmoronándose, confundiendo en maleza las erías de antaño y los prados,
        cerrando las sendas y secando las fuentes, arrinconando los molinos que nos
        alimentaron y las cabañas donde el pastor apacentaba los rebaños; el matu, la selva
        improductiva que todo lo devora, la despoblación reflejada en el paisaje, aunque
        todavía existan espacios como este de Brañagallones, adonde nos dirigimos, que
        nos evoca lo que fue la dura subsistencia de los vaqueros casinos, hoy modificada
        y adaptada a la modernidad.


        UN TRIVIAL DEBATE TOPONÍMICO
        Primeramente,  encontrándonos  en  un  Parque  Natural  llamado  Redes,  no  sobraría
        desde estas páginas retomar por un momento el debate entre el Reres y el Redes,
        fortaleciendo los argumentos a favor de la denominación Redes con el cotejo histórico.

        Si bien no faltan partidarios de la voz Reres, que consideran el Redes como una
        caprichosa alteración al uso de los tiempos actuales, el topónimo Redes hunde
        sus raíces en la voz de los antiguos, en los nombres que sabiamente conferían al
        escenario que les rodeaba. Se documenta por escrito tres siglos atrás, así aparece
        en la declaración tomada a varios vecinos de la feligresía de Caleao para elaborar
        los llamados Apeos de Cepeda en el año 1712, quienes, al delimitar los puertos del
        Contorgán, enumeran varias majadas rodeadas de “montes y peñas in habitables y
        un monte que llaman el Sellar y monte de Redes y las verdes que llaman de Mere
        Cueria, tierra in habitable y la peña que llaman del Viento y las grandas que llaman

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