Page 18 - Braña
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mole de El Casar, como un airoso castillo de tiempos ilusorios, haciéndose gigantes
las emblemáticas montañas de La Senda, Tiatordos y La Pandona o Maciédome, y
al fondo, señalando la ruta la marina, el Busllar.
EL TESU LA ORACIÓN: TOPONIMIA E HISTORIA
Merece la pena este descanso para retomar el debate toponímico, tratando de
deshacer la confusión entre el “texu” y el “tesu”, y hablar un poco de la historia
que atesora el lugar, porque causa dolor seguir en los mapas, escuchar y leer en
multitud de publicaciones la desafortunada denominación “Texu de la Oración”,
máxime cuando todas ellas tienen en común la divulgación de nuestro espacio
natural, tremendo e imperdonable desatino.
La palabra “tesu” tiene su correspondencia en castellano: teso, en el sentido de
accidente geográfico, cerro de poca altura, saliente, aislado y dominante, como
podemos advertir sin esforzar nuestra imaginación. Por ello es un teso, en este caso,
un alto en el camino para invocar a Dios y rezar a los muertos, y por tanto un “Tesu la
Oración” (966 m.), y nunca un texu, árbol sagrado de los antepasados, por desgracia
hoy meramente testimonial, convertido en las arrumbadas vigas que soportaron
las losas de las cabañas pastoriles. En el camino nos encontraremos, además, con
otros muchos tesos: el tesu Les Arrielles, el de Los Carquesales, La Xerrapa, el de La
Grandiella o el mismo del Pandiellu, nuestra parada y fonda, el refugio.
Ni ritos paganos, ni druidas, ni pamplinas. Pero, ¿a quién rezaban respetuosos los
vaqueros, jadeantes tras la dura ascensión o gozosos por la proximidad del hogar al
retornar? En el fondo del valle, donde el río se domestica en la alguera de Valdosín
y riega la pradería de Valdegranda, presagiando las aguas del Nalón, tenemos la
respuesta, aunque la misma sea un arcano que velan los siglos. Abajo, entre verdes
insultantes, como una blanca y diminuta maqueta está el cementerio parroquial,
morada postrera de los hijos de Sobrecastiellu, de Sotu y Belerda, de Bezanes y
La Foz, porque Pendones, más distante, consiguió en su día la segregación que le
permitió dar sepultura a sus muertos frente a la totémica cumbre del Tiatordos.
Contemplamos el camposanto allí donde -desde el alto Medievo a la postguerra-
se ubicó la iglesia parroquial de San Salvador, que aparece ya en el testamento de
Ordoño I ( año 857), doce siglos atrás que se nos antojan inabarcables. Y al fondo,
en un verde esplendoroso que sorprende, la finca de Los Cobos, llana como la palma
de la mano, con tantísima historia. Y si la vista intenta traspasar los insoldables
secretos del pasado, verá abajo, a la izquierda, una colina de sugerente nombre,
La Corona, que incita a lo castreño y ese claro que se abre en el bosque poblado
de castaños, Llana Pandu, que evoca leyendas de monjas y leprosos, recuerdos
de molinos o la venta de Estrada (Ventestrada), tan cercana, reliquias del camino
milenario entre la mar y la desolada estepa.
Un ecosistema de alto valor medioambiental en el que desagua el río Monasterio
que en su corto trayecto se precipita raudo por quebradas inverosímiles, sumando
regatos a su cuenca hasta hacerlo tan caudaloso como el propio Nalón a quien
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