Page 360 - San martín del Rey Aurelio
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los jóvenes. Resulta que los dueños eran de Huesca y tenían un hijo de
            su misma edad, el chaval se pasaba todo el año interno en un colegio y
            en verano viajaba con sus padres de feria en feria. Como quiera que la
            pista de autos se ponía siempre frente al Cuartel de la Guardia Civil en La
            Llera, Carlos, que así se llamaba, se acercó a ellos cuando íban a jugar al
            fútbol, detrás de la casa de los capataces, donde vivía Tito. En lo que era
            su campo hoy está un aparcamiento y el economato.

            Lo acogieron encantados, sus padres, locos de contentos, les permitían
            coger en la taquilla todas las fichas que necesitaban, así que se pasaban
            horas y horas en la pista, y pobre de aquel que osara darles un golpe, a
            ese le freían entre todos. Los mismos coches de choque venían año tras
            año y la amistad con Carlos siguió creciendo junto con su experiencia
            como conductores. Las verbenas nocturnas y la jira del último día eran la
            antesala de uno o dos días de reposo.

            Luego venían las de La Laguna en El Entrego, Santiago en Sama, El
            Pote en Santa Bárbara, aunque siempre había un hueco para pasar unos
            cuantos días juntos en Gijón. Los abuelos de Tito tenían allí un piso, en la
            calle Ezcurdia, casualmente a escasos metros de donde hoy vive Gabino.

            Los días allí eran plenos, playa, baños en el mar, la magnífica sala de
            juegos que había en Los Campos, todo eran atractivos entreteni-
            mientos y el tiempo pasaba volando.

            Uno de los recuerdos que se repiten en su mente, verano si y otro
            también es la época en que las mujeres vareaban los colchones, lo
            hacían en la acera lateral de la casa de los capataces, en la zona
            donde más daba el sol. Es que en aquellos tiempos las estaciones
            del año se hacían respetar. Aquel olor, calor y sabor siempre iban
            seguidos de una bebida fría a la que se apuntaban los que, simple-
            mente, miraban el trabajo de sus madres y vecinas. Aquel esfuerzo
            iba siempre seguido de un cómodo descanso encima de aquella lana
            vareada, aunque no durara mucho la esponjosidad de la misma. Hay
            cosas que se olvidan porque simplemente no te llegan al sentimien-
            to y otras que no se olvidan nunca. Por algo será.







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