Page 356 - San martín del Rey Aurelio
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un grupo de equipos de Asturias y Galicia, donde el equipo logró la
            séptima posición. Y tirando de archivo mental, ambos se pusieron
            a reconstruir una alineación de aquella época, que bien podía ser :
            Carreño; Vallina, Luisi, Torre; Barreñada, Tahona; Chalanu, Luis, Solís,
            Quinito y Frechilla. Igual han desubicado alguno, porque la memoria
            es a veces traicionera, pero más o menos por ahí andaba.

            Cuanta admiración despertaban aquellos héroes deportivos, cuando
            el fútbol no estaba aún mercantilizado y era pura pasión. Y aquel
            Florán, quizá único por su estructura, ya que el terreno de juego
            estaba por debajo del nivel del suelo, como en una hondonada. Re-
            cordaban como fue uno de los primeros en tener “luz artificial, pues
            en aquellos domingos de invierno en los que la luz natural se iba
            antes de tiempo, los aficionados que disponían de algún vehículo,
            los situaban arriba para que las luces de sus faros diesen un poco de
            visibilidad en el terreno de juego. La inventiva de la afición no tenía
            límites para ayudar a su equipo.

            Entonces era lo más próximo que había, acercarse a Gijón a ver a su
            Sporting del alma, era poco menos que una odisea, había que coger
            aquel tren, aún con vagones con asientos de madera, a las doce de
            la mañana, porque en el siguiente ya no llegabas, total solo tardaba
            dos horas, y eso que ya había desaparecido el plano inclinado de
            Carbayin. Luego en Gijón un paseo tranquilo y comiendo un bocadi-
            llo, había tiempo de sobra para llegar al Molinón.

            Como casi siempre, las entradas de niño ya se habían agotado en ta-
            quilla, y como último recurso les permitían entrar a los dos con una de
            adulto, pero salía más caro. Pero, en fin, recordaban cuando se podían
            permitir ese lujo. Luego había que salir pitando para no perder el tren
            de regreso, carrera por el muro y de pie en uno de los vagones, por lo
            menos hasta la Felguera. Pero eso sí, había merecido la pena.

            Cuando estaban llegando a este punto, el chigrero se acercó a preguntar-
            les si querían otro café. Bueno, uno más, quedaba mucho por hablar. Las
            cabezas echaban humo tratando de recordar más y más momentos inol-
            vidables. Estaban ahí, en ese baúl de los recuerdos que todos tenemos,
            quizá un poco polvorientos por el paso el tiempo, pero pugnando por salir.








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