Page 286 - San martín del Rey Aurelio
P. 286
tral eléctrica situada en el Pontón) había grandes colas para sacar
las entradas, y pasar al interior del edificio. Existían tres tipos de
entradas: general (la más barata) ubicada en el primer piso y eran
como unas grandes escalinatas de madera, la principal que estaba
en primera fila de la general, y la de butaca en la planta baja; estas
dos últimas, estaban dotadas de butacas con asientos abatibles.
Las madres.
Aquellas mujeres eran dignas de admiración. Toda su vida se basaba
en la familia, en cuidar a sus maridos e hijos y apenas pensaban en
ellas. Se las veía haciendo las labores de la casa, preparándonos para
ir a la escuela, hacer la comida, las camas, etc. Muchas tardes, fun-
damentalmente cuando hacía buen tiempo, se juntaban en los por-
tales; hablaban de “sus cosas”, la familia, los problemas para llegar a
fin de mes, etc; aprovechaban para hacer punto, repasar la ropa, etc.
No obstante también bromeaban, se reían y pasaban un buen rato
Las recuerdo con mucha ternura y cariño. Actualmente, todo ésto
lo hemos superado. Hoy en día, aunque aún nos falta mucho, los
trabajos familiares suelen y deben compartirse con todos los miem-
bros de la familia: el padre, la madre, los hijos, y últimamente con los
abuelos, debido a que trabajan ambos cónyuges.
Cuando necesitaban lavar grandes cantidades de ropa, tenían que ir a
un gran lavadero que había en La Llera; una señora se encargaba de
darles el turno, porque a veces eran demasiadas. En algunas ocasio-
nes, mi madre me enviaba a preguntarle a la señora, a qué hora podía
venir a lavar la ropa. La estructura de dicho lavadero era como las ha-
bituales de Asturias, pero de mayor tamaño, con grandes tuberías de
agua y las piedras llanas eran más grandes. Cuando en la familia había
niños pequeños, estos acompañaban a su madre al lavadero.
Durante el verano se hacía una labor con los colchones de lana. Se
abrían, sacaban la lana, la colocaban en el suelo al sol, y con unas
varas de avellano se golpeaba la lana para cardarla, quedando suel-
ta, y una vez introducida en la funda del colchón, esta quedaba más
voluminosa, más suave y era una gozada dormir en él. Nos encan-
taba apalear la lana, pero cuando ya llevábamos cierto tiempo, nos
hacíamos los “remolones”, y nos marchábamos.
286