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No hace mucho tiempo los mayores eran capaces de levantar-
se de la cama para “ir a echar una posa”, un turno de repicado.
Había una sana competencia para ver quien lo hacía mejor. Des-
de las casas del pueblo, cuando alguien destacaba procuraban
identificarlo. Se colocaba un ramo de ciprés y otros arbustos de
hoja perenne en la veleta de la espadaña de la iglesia, muy bien
atado, de modo que durara hasta el año siguiente. Su coloca-
ción estaba al alcance de muy pocos mozos, pues hay que tener
arrestos para subir hasta allí, dado que las últimas piedras se su-
jetan por gravedad. De los últimos en subir, debemos mencionar
a Antonio Aladro y el último, mi hermano Arturo. Después de él, se
siguieron tocando las campanas, pero ya nadie colocó el ramo.
En la larga noche de “les campanes” se hacía una hoguera delante
de la iglesia. Se iba a robar la leña o a despertar intencionadamen-
te a quien había dicho que iba a estar al tanto para evitarlo. Tam-
bién se hacía chocolate y lo que mandaban los cánones era “ir a
mecer les vaques a daquién”( ordeñar las vacas a alguien) para
hacerlo. Lo de las risas y la aventura se prolongaba hasta el día
siguiente, según los comentarios de los perjudicados. En esta y en
otras historias de la misma índole, se acuñó el término “la chusma”
para referirse a la juventud que andaba con ganas de pasarlo bien.
• Fiesta de Santa Cruz. La Santa Cruz es la patrona de Caleao. Se cele-
bra el tres de mayo y es una de esas fiestas estacionales, después
de la misma, la gente ya comienza a tener en la cabeza la faena
de la hierba. Había un Nazareno que se quemó en uno de esos
episodios tristes de la guerra civil, con pelo natural y que al pare-
cer era una obra de arte. Me cuentan que sería una obra exquisita
de un imaginero local siguiendo los cánones del Cristo de Tanes.
• Fiesta del monte. Tenemos que remontarnos a otra época más
lejana. Probablemente habría habido una fiesta anterior donde
se hacía una hoguera en La Piernosa y se danzaba alrededor de
ella y habría terminado porque, como escribe Palacio Valdés,
habría demasiadas peleas. Recuerdo los cuentos que conta-
ba de esta fiesta Pepe el de Rosalía (José Gonzalo), haciéndo-
lo con tanta pasión en aquellas largas veladas invernales en las
que se juntaba la gente por las casas, que no había peor castigo
que mandarnos a los niños a la cama porque molestábamos.
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