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dientes) y todos aquellos útiles que requiere la vida en esta tierra.
        Incluso se dio la circunstancia de que algún carro manufacturado
        en Caleao pasó rodando La Muezca (1776m.a) a las faldas del pico
        Retriñón en dirección a Felechosa, haciendo un itinerario muy bello
        para hacerlo caminando y absolutamente atrevido e impensable
        cuando se hace con una yunta. Un amigo de esta tierra, Pelayo Por-
        tugal Prieto, llamaba con acierto a los emprendimientos de este tipo
        “obras de romanos”.


        Presumían los “ferreros” de hacer los marcos para el ganado. Siem-
        pre se marcaron las reses con un hierro candente, hasta que llega-
        ron los crotales con un número de identificación. Por esa razón, a
        modo de catálogo, las puertas de las fraguas estaban decoradas
        con la huella en la madera de los marcos que habían salido de ellas.
        Por supuesto, la madera necesaria para cualquier obra se labraba
        en el pueblo: vigas, tablas, tablones… para lo cual había aserraderos
        y gente que desempeñaba esta profesión.


        Debemos de tener en cuenta que para hacer posible la vida, se
        practicaba la “andecha”. Todos ayudaban a todos en las obras in-
        dividuales, como si fueran comunitarias. Decían que “eran panes
        emprestaos” porque suponían una reciprocidad cuando era nece-
        sario devolver el trabajo. Lo último de esta concepción solidaria del
        trabajo fueron las matanzas. Ahora ya no se practica. Hablando de
        este tema con D. Adolfo García Martínez, antropólogo asturiano, me
        decía que ahora había dinero y el trabajo se pagaba, con lo que la
        antigua reciprocidad se estaba muriendo.


        Con todo sería injusto al hablar del trabajo y de la vida en los pue-
        blos de montaña, dejar de mencionar a la mujer. De ella dependía la
        crianza de los hijos, la labor de enculturación o transmisión cultural
        de la forma de vida y todo lo referente al mantenimiento de la casa:
        la gastronomía, el ciclo del queso, del pan, de los embutidos, de la
        lana, la colada,  la siembra, el huerto…


        Últimamente  se ha dado en apodar a Caleao como “el pueblo del
        agua” y algo de verdad hay en ello, pues puestos a hacer un recuen-
        to de las obras civiles que  tienen que ver con el  líquido elemento,
        bien dentro del núcleo urbano bien en su perímetro,  nos salen diez
        fuentes públicas, cinco pozos privativos dentro de las viviendas y


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