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que lo hizo en 1914. Cuando les llegó la etapa de la escolarización, su
        maestra tardó poco en descubrir que eran dos diamantes en bruto.
        Habló con sus familias intentando que, pese a las dificultades, prosi-
        guieran con estudios superiores, consiguiéndolo en el caso de Oliva
        y fracasando en el de Emilia, perdiéndose un talento que no creo
        que haya nadie en el pueblo capaz de poner en duda. Las dificul-
        tades económicas se le antojaron insalvables a Rosendo, su padre.
        Emilia atesoraba una memoria tan deslumbrante que se dice que
        viendo los ensayos de una obra de teatro, que se estaba haciendo
        en el pueblo, se la sabía de memoria. Si hacemos un inciso debemos
        decir que en Caleao siempre hubo mucha afición al teatro y desde
        siempre, para sacar dinero para cualquier necesidad se recurría a
        representar una obra.

        En cambio ella misma me contaba que no tenía habilidad manual.
        En una ocasión la maestra les mandó hacer un dibujo y ella lo hizo
        lo mejor que pudo, pero salió tan poco afortunado que se lo mandó
        para casa con el afán de que lo mejorara. Al presentárselo al día si-
        guiente, su maestra le dijo con aprobación: “Ya sabía yo que lo ibas
        a hacer mucho mejor”.

        -“Home,-me contaba Emilia- fézomelu Rosa la de Consuelo, que te-
        níamos munchu tratu, y claro, el dibujo tenía otro aroma”.


        Oliva Armayor prosiguió sus estudios y primero se graduó de maes-
        tra, pero siguió estudiando hasta sacar la licenciatura de Filología
        Hispánica. Ejerció su cátedra en Madrid hasta su jubilación. No obs-
        tante su gran legado está en su labor de investigación y en sus pu-
        blicaciones en el Boletín del Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA),
        si bien para los de Caleao está por encima de todo su relación de
        vecindad, su manera de hablar, su uso de la lengua tan acertado y
        su apego y respeto a las tradiciones y a lo nuestro, que era lo suyo.
        Entre otros, Saturnino Isoba, de Nieves, y yo mismo no podríamos
        cuantificar lo que disfrutamos leyendo sus publicaciones en aque-
        llas maravillosas tardes en la Biblioteca Pública de Oviedo, en la pla-
        za Porlier. Eran los últimos años de la década de los 70 y los primeros
        80 del siglo XX, cuando la eclosión de la música tradicional y de
        todo lo qué tuviera que ver con el estudio y la reafirmación de las
        tradiciones y  lo asturiano. De estas  publicaciones de Oliva Armayor
        a las que hacemos referencia podemos citar:


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