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los litigios de pastos propios de los vecinos que defienden intereses
        encontrados.


        Ese aislamiento obligó a casi autoabastecerse o a que la economía
        de subsistencia de la que hablamos fuera cerrada. Por eso tantas
        tierras de labor, tantas “erías”, para poder sembrar patatas, maíz,
        trigo, centeno y lino. Resulta difícil encontrar un pueblo que hubie-
        ra laborado tantas  “erías”, cada una de ellas repleta de parcelas
        pequeñas en un minifundio que hacía que se perdiera demasiado
        tiempo en el laboreo y el abonado.


        Buena cuenta de esto que digo es el número de hórreos y paneras
        que a día de hoy aún quedan en pie. Podemos contar 24 hórreos y
        7 paneras, más otro hórreo que se trasladó de Caleao a Puente Pie-
        dra, dado que los hórreos son bienes muebles y se pueden trasladar.
        Otros hórreos han tenido peor suerte y han caído. Recuerdo la exis-
        tencia de otros siete que lo han hecho en los últimos 60 años y sé
        de los vestigios de otros siete que ya no conocí en pie, pero estoy
        seguro que son muchos más.


        Lo mismo podríamos decir de los molinos. Registramos  nueve, de
        los que siete aún permanecen en pie, más un pisón (“batán”) que ya
        no existe. Fue necesario en su día, dado que Caleao contaba con un
        telar mecánico que funcionó hasta finales del s. XIX y donde se ma-
        nufacturaban prendas de sayal y lino. Estaba situado en Sobropoli.
        Aún quedan dos topónimos que hablan de esta época relacionados
        con la producción de lino: Les Llinariegues y Val de la Llin.


        Sabemos que había una mantequería también, que hacía el trabajo
        propio de manera exclusiva sin perjuicio que en la mayoría de las
        casas u hórreos había una máquina de rabilar, para hacer queso a
        nivel familiar y dar uso a los excedentes de la leche. El queso que no
        se consumía en la familia se vendía.


        Como no en todas las casas había máquina, era frecuente ir a la de
        los vecinos con “les cuayaes” (la cuajada, queso fresco desuerado),
        pues el proceso de elaboración del quesu casín es largo: cuando se
        pasaba “la cuayada” ya se hacían “ los gorollos” y estos se rabilaban
        seis o siete veces y se volvían a hacer para que se “zubaren”, (se se-
        caran) hasta hacer el “quesu”. Las piezas finales son troncocónicas,


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