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todo ello, era considerado un santo rico y el único que dispuso de
        mayordomo para controlar estas finanzas a través de los tiempos.
        Tal vez lo que más llama la atención es el cambio urbano y la pujan-
        za económica que alcanzó el pueblo en la segunda mitad del S.XVIII
        y la primera mitad del XIX, a juzgar por la fecha de construcción que
        marcan los dinteles de las puertas de las casas. Podría ser debido
        a que desde esta fecha es dueño del Puerto de Contorgán por do-
        nación real de Carlos IV. Se cuenta que eso fue gracias a José Prida,
        “el  Cazaorín de Caliao”, nacido en Brañafría en 1744 y fallecido en su
        casa natal en 1817. Su historia se fue transmitiendo  de generación en
        generación, probablemente exagerándolo todo un poco o un mu-
        cho, como sucede con la tradición oral. Se cuenta que había mata-
        do 99 osos y tan gran número de piezas de caza de las especies que
        pueblan la fauna local, como lobos, jabalíes, corzos, rebecos que su
        fama era tan grande que llegó a oídos del rey, gran amante de este
        arte como él, como lo atestigua el lienzo de Goya “Carlos IV en traje
        de caza”. El hecho es que éste quiso conocerlo y que cazaron juntos.
        Al parecer fue una cacería de perdices y cazaron tantas que el rey
        quiso saber cuántas había matado cada uno.


        - Yo maté las que tienen el tiro en la cabeza- dijo “el Cazaorín”- y re-
        sulta que tras el recuento eran la mayoría.


        Entonces para ponerlo a prueba y desafiar su puntería pusieron una
        moneda en la cabeza de una mujer condenada a muerte y le orde-
        naron disparar. Si era capaz de quitarla de un disparo, le salvaba la
        vida y podía hacer una petición al rey. Cosa que hizo. Entonces pidió
        para él munición para un año y el puerto de Contorgán para los de
        Caleao. El rey, admirado,  lo llevó a la armería real y le mandó elegir
        un arma de fuego para regalársela. Al parecer las miró todas y no
        cogió ninguna. Prefería su vieja escopeta de avancarga.


        Este puerto, para un pueblo ganadero como éste, es la fuente de la
        vida, el alma hacia donde se miraba en una ganadería y agricultura
        de subsistencia. Todo el tiempo que el ganado pasaba en las ma-
        jadas altas, era un ahorro bien de hierba seca, bien del pasto de los
        prados privativos. Un buen ejemplo de esto que digo, es el comenta-
        rio que me hacía Juan Manuel “el del maestru”, luego ratificado por
        su hermano Arcadio, de que su abuelo Juan Manuel Calvo, “había
        fechu monte” (dormido en la majada con el ganado) todos los me-


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