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los Picos, desde el Valle Acebal, donde la cabaña de los guardas,
        hasta la mayaína de Torres; terrenos hoy pertenecientes a Puebla
        de Lillo. Se perdieron en uno de esos apeos bien por desconocimien-
        to o bien por no haber hecho una buena defensa; el caso es que el
        pueblo de Caleao sigue pensando que no se estuvo a la altura. Hubo
        un pleito que se perdió y donde se estableció que las aguas vertien-
        tes  indicarían los límites, pasando estos terrenos a Lillo y por tanto a
        la provincia vecina de León.


        Estas cosas y otros hechos llamativos o graciosos  de la historia del
        pueblo o de la cotidianidad, se contaban en las largas veladas in-
        vernales, donde se juntaban los vecinos al calor de la lumbre, “col
        fueu” como les gusta decir, o bien en aquellos otros actos socia-
        les como las sextaferias, las esfoyazas o las matanzas, para aca-
        bar degustando y compartiendo unas  avellanas “turradas”, unas
        manzanas o unas castañas: la garulla. Recuerdo siendo niño cuan-
        do escuchaba absorto las andanzas de El Rapazón de les Oveyes,
        un mozo de aquí de una fuerza extraordinaria al que José Gonzalo,
        “Pepe el de Rosalía” le hacía acreedor de unas hazañas imposibles.
        No me tocó vivir en cambio las lecturas comunitarias, también “col
        fueu”, de aquella literatura folletinesca, llena de dramas de gente
        tan pobre como ellos, con la que se sentían identificados, que había
        llegado a Caleao vía Buenos Aires, con títulos tan sugerentes como
        “Gorriones sin nido”, “Los amores de una obrera o los enemigos del
        pueblo”(“… ese dinero amasado con lágrimas de los pobres será tu
        perdición”- aún me recordaba  mi madre citándolo de memoria un
        pasaje de aquella lectura); o bien  comprados por fascículos como
        en el caso de “Ángeles del arroyo” e incluso prohibidos como “Amor
        y trabajo” y “Esclavitud obrera”. De lo que no cabe duda es de la
        labor de cohesión social y de fomento de las relaciones humanas
        que ejercieron este tipo de actividades. Esto sucedía en  los años
        cuarenta y estas veladas vecinales duraron hasta que llegó la tele-
        visión, a principio de la década de los setenta del pasado siglo.


        Otro hecho singular que siempre me llamó poderosamente la aten-
        ción es la primera escuela de Caleao.

        Si el s. XVIII es un siglo oscuro a nivel nacional, aún presumimos los
        asturianos de nuestros ilustrados Feijoo y Jovellanos, que supusie-
        ron un soplo de aire fresco y nuevo para el país. El inicio de la mo-


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