Page 354 - San martín del Rey Aurelio
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Y el uso del primer boli, y la primera libreta, ¡que ilusión!, se sentían
            mayores, importantes, como si en aquel compendio del saber estu-
            viese ya todo el conocimiento que necesitarían para hacerse unos
            hombrecitos hechos y derechos.


            Tito recordaba a Sor Angeles como la inventora del bocadillo combi-
            nado, o plato entre panes, pues a la vuelta de las excursiones nunca
            permitía que dejáramos nada sin comer, y todo iba entre dos panes,
            era genial. Por ello se le puede considerar la inventora del sandwich
            triple o algo así.

            Luego tocó hacer el curso de ingreso, en la Academia de Calvo, D.
            Juan José Calvo Miguel, toda una institución en la enseñanza astu-
            riana. Nos tocó con su esposa, Doña Elena, todo un carácter, pero
            eficaz como ninguna. La academia estaba en la Plaza del Ayunta-
            miento, aunque se entraba por la calle de la Estación.

            Los domingos a misa, obligatorio, sobre todo porque Carmina, la
            abuela de Gabino, no perdonaba la no asistencia y preguntaba por el
            sermón del día, antes de soltar el duro, imprescindible para ir al cine
            de las tres de la tarde y comprarse unas chufas y unas pipas.


            Los juegos en la calle eran el colofón del día, el escondite, el pío
            campo, el fútbol. No había móviles ni tablets, ni falta que hacían. El
            vis a vis lo suplía todo, la amistad, que luego sería inquebrantable
            con el paso de los años, se forjaba en una convivencia solidaria, lo de
            uno era del otro y viceversa.


            Que disgusto el de Tito aquel día que nadie pudo aportar un balón
            y tuvo que sacar el que guardaba como un tesoro. Se lo había traí-
            do su tío, que era cirujano en Bilbao, era de reglamento de verdad
            y estaba firmado por los jugadores del Athletic de Bilbao. Aquellas
            firmas murieron en el barro de su particular “estadio”, el prado que
            había detrás de la casa de los capataces, que era donde él vivía y
            donde la panda jugaba sus partidos un día sí y otro también.


            Como olvidar aquellas porterías, señalizadas por unos regodones
            apilados que hacían la vez de postes y un larguero imaginario, con el








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