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ocuparnos de su primo José Simón Corral (Tarna, 1883). En lo sustan-
        cial, los negocios de uno lo fueron del otro en la misma sociedad.


        Quizá el recuerdo de “Corralín” ha llegado más vivo a nosotros por
        su personalidad, su cercanía a los vecinos y su presencia en las ac-
        tividades relacionadas con la emigración; y el hecho de que su fa-
        llecimiento no acaeció hasta 1951, también en Madrid. Es quien pre-
        senta la cara más pública de los Simón. Se le llega a calificar como
        “verdadero valor moral y social de la colonia, de gran simpatía y
        aprecio, al que los casinos idolatraban aquí y allá”.


        Fue presidente de la Sociedad Casina de La Habana en 1926 y en
        1928 pasó a ocupar la presidencia del Centro Asturiano de la Haba-
        na en la suntuosa sede inaugurada escasos meses antes y por cuya
        construcción tanto había luchado.


        Vivía permanentemente en Cuba y sus viajes a Asturias eran aten-
        ción de la prensa regional; con continuos agasajos y homenajes a
        su persona. Siempre que sus actividades se lo permitían, se despla-
        zaba a pasar temporadas a la casona “Villa Lucila”. Pasa por ser el
        benefactor de las escuelas de Tarna y acudió a su inauguración en
        1931, aunque tanto en su filantropía como en sus negocios, debemos
        concluir que ambos primos eran una misma sociedad. De este sa-
        bemos por la Sociedad Cubana de Beneficencia de la que fue te-
        sorero perpetuo, que en múltiples ocasiones solucionó de su propio
        bolsillo las necesidades que se presentaban.


        “Corralín” estaba casado con Josefa Vilató, baracoense de origen
        catalán, a la que los ecos de sociedad de la época definen como
        “reina de la belleza y princesa de las virtudes femeninas”; el “Dia-
        rio de la Marina” la describe de esta guisa: “Baracoa no produce ni
        feas ni medianas, si todas fuesen como la señora de Simón Corral,
        por Dios que la hermosa tierra es incubadora de mujeres tan her-
        mosas como buenas” (sic).


        Tras la destrucción de la casona de Tarna en 1937, estableció su resi-
        dencia asturiana en Somió y, a su regreso definitivo, en Madrid, don-
        de falleció a la misma edad que su inseparable primo mayor en 1951.






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