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zález, siendo el primer banco que operaba en Baracoa y por el que
        canalizaban la gestión de sus múltiples negocios.


        En 1955 era presidente Tomás Simón García y vicepresidentes Pela-
        yo Simón Santos, Manuel Simón Esparza, Pedro Manuel Simón Vilató
        y José Pedro Simón. Con la llegada de la Revolución la entidad fue
        nacionalizada.




        Los ultramarinos


        Debemos recordar también a aquellos que, con el capital obtenido
        con sus esfuerzos en la Isla, regresaron para clonar aquí sus propios
        negocios de allá: los entrañables tenderos de ultramarinos. Como
        ejemplos: el comercio de P. Durán e Hijos, el Casino de José González
        desde 1940, José María González y José Ramón Prado en Coballes, y
        tantos otros, con sus mandilones azules y las estanterías abarrota-
        das de víveres y todo tipo de utensilios necesarios para la vida coti-
        diana y el trabajo campesino. Otros abrieron a su vuelta tabernas y
        casas de comidas como Ignacio Calvo, nacido en Sagua la Grande
        que recreó su propio bar de la estación ferroviaria de Camagüey en
        El Campu, Alfonso Martínez con “La Tarnina”, etc.


        Como anécdota que refleja el carácter emprendedor y comercial de
        los casinos, conocemos que el citado José Ramón Prado, trabajador
        de una ferretería propiedad de Juan González (el “ciegu de Caliao”),
        recibió la proposición de éste en el sentido que, si conseguía captar
        los clientes de la ferretería que había enfrente, le regalaría un “prau”
        en Coballes. Cuando José Ramón llegó de vuelta tenía a su nombre
        inscrita la finca de Trespareu.



        Los que quedaron en el camino

        “Si hubiera un senderín munchos vendríen” (Ignacio Calvo, recor-
        dando a los que allá quedaron atrapados para siempre). En nues-
        tra memoria selectiva y en los amarillentos recortes de prensa, nos
        queda reflejado el recuerdo de los que regresaron ricos o paseaban
        en los flamantes haigas su orgulloso triunfo, el brillo de sus relojes
        de oro y su leontina. Pero no deberíamos olvidarnos de aquellos que


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