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en los meses de verano, fiesta en la que los asociados vestían sus
        mejores galas y se celebraban grandes banquetes, actuaciones
        musicales y bailes hasta bien entrada la cálida noche caribeña.
        Cuando no había jira siempre había ocasión de juntarse en despe-
        didas u homenajes a los que retornaban al terruño. Relacionamos
        los diversos locales en los que los casinos disfrutaban esas fechas
        señaladas, envidia por su armonía y confraternidad de las demás
        asociaciones: Jardines de La Polar, La Tropical, Finca Las Piedras en
        los manantiales de San Francisco, Quinta Bastién en el Vedado, Ce-
        rro Moderno, Palacio de Cristal, Stadium de Puente Grande, Altos de
        Cerro Maduro, etcétera. En esos recintos, entre los más selectos de
        La Habana, se juntaban los casinos a celebrar sus fiestas, a comer,
        fumar unos buenos puros “casinos” (de los que hablaremos), bailar,
        cantar al son de la gaita y añorar las montañas y verdes de su tierra,
        sin faltar los solemnes discursos de sus presidentes.


        La Sociedad Casina era, a juicio del cronista del diario La Marina “la
        sociedad donde más noblemente se practica la conjunción de los
        corazones en la ayuda mutua; del precioso Campo de Caso desde
        que se fundó esta sociedad, no salen los casinos a la América como
        salen los demás emigrantes y a como quiera van los mansos; no, los
        emigrantes al salir de allí se presentan al alcalde; el alcalde hace la
        relación consiguiente y la dirige a la sociedad; la sociedad se reúne
        en junta y destaca una comisión que sale a recibir al buque a los
        hermanos que llegan, buscándoles, primero, hospedaje, y segundo,
        trabajo” (“La Marina”, 6.08.1928). Describe nítidamente el carácter de
        unión y hermandad de los casinos.



        Viviendas indianas


        Aquellos que retornaban ricos o compaginaban su vida entre los
        dos países y se establecían los largos inviernos en las ciudades es-
        pañolas; volvieron con la gratitud al terruño, quizá haciendo osten-
        tación de su opulencia, pero siempre mostrándose generosos y co-
        laborando en la vida del concejo y hasta en su gobernanza. Algunos
        levantaron magníficas viviendas, aunque sin la suntuosidad de las
        que jalonan nuestra s costas. En varios pueblos perviven viviendas
        levantadas con la plata cubana, a poco que nos fijemos encontra-
        mos casas de cierto estilo indiano. Quizá el mejor ejemplo que se


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