Page 99 - Valdediós
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Jorge Cabal Fernández





        creador en sentido analógico, es decir, que al ser creado a imagen y semejanza
        de Dios es impronta de su ser, quedando en él impresa su gran obra de arte. El
        hombre es, sin ninguna duda, la gran obra de Dios creador.

        La capacidad del hombre de continuar con la acción creadora de Dios manifiesta
        la misión que éste ha recibido de “cuidar” la obra de la creación que Dios puso en
        sus manos:



             “Dios los bendijo; y les dijo Dios: Sed fecundos, y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla;
             dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la
             tierra” (Gen 1, 28)

        Se muestra con claridad como en el cristianismo, el quehacer del hombre es una
        capacidad que lo vincula a su Creador, siendo su trabajo un reflejo de la actividad
        creadora de Dios. El hombre cuando crea arte está manifestando su ser y su mi-
        sión de reflejar la verdadera luz de las cosas. Todo lo creado, también lo que el
        hombre crea, tiene su fundamento y su inspiración en Dios.

        De ahí que el cristianismo, en la mayor parte de su dilatada historia, ha entendido
        que un templo, una imagen, unos frescos, la polifonía, la poesía… siguen siendo
        icono, no solamente para expresar su ideal religioso, sino también, por ser obra
        al mismo tiempo del hombre, manifiesta el profundo deseo que tenemos de bus-
        car el sentido pleno de lo que somos y de lo que esperamos: el hombre es un
        buscador de Dios.


        En palabras del Papa Pío XII podemos subrayar que “la función del arte consiste en
        romper el recinto estrecho y angustioso de lo finito, en el cual el hombre está inmerso
        mientras vive aquí abajo, y abrir como una ventana a su espíritu, que ansía lo infinito”
        (Discurso a los expositores de la IV Cuatrienal Romana. Roma 8-4, 1952).


        La Iglesia le ha dado siempre al arte una dimensión evangelizadora. Por eso,
        podemos distinguir entre arte religioso y arte sacro. Todo arte sacro es arte
        religioso, pero no todo arte religioso es arte sacro. El arte religioso es aquél que
        fuera de los templos, de cualquier religión, responde a los sentimientos religio-
        sos privados. Mientras que el arte sacro responde a la obra de arte que se dedica
        al culto sagrado a través de una consagración o bendición litúrgica (Cf. ALVAREZ
        Jesús, Arqueología cristiana, BAC, Madrid 1998).

        El Papa Juan Pablo II en su Discurso a los artistas del año 1980 reunidos en Mu-
        nich afirmaba:

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