Page 507 - San martín del Rey Aurelio
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retiraban a todos los internos a las aulas, a golpe de silbato, antes de
            que empezaran a pasar las niñas, muy modositas, con sus uniformes,
            en ordenadas filas y muy bien escoltadas por dos o tres monjas.

            Y no me extraña que tomaran tantas precauciones, porque en aque-
            lla época los espermatozoides eran unos canallas que emprendían
            unas escaladas prodigiosas desde la tapa del inodoro o incluso des-
            de una silla cualquiera hasta conquistar sus últimos objetivos natu-
            rales. O al menos ese era el cuento que contaban las chicas a sus
            papás, cuando agarraban un embarazo no deseado.

            Que yo sepa solo tres o cuatro profesores varones daban clase si-
            multáneamente en los dos colegios, en las Ursulinas y en el Loyola.
            Uno era de Matemáticas: Vamos a ver, derivada de una función en
            un punto… ¿entienden?, ¡coño, no entienden!). Es que vengo de las
            ursulinas y allí, tenemos una monja en clase y no puedo decir ni un
            coño tranquilo, ¡coño!, pero vengo aquí y descargo.

            El de Historia: Además de la monja, tenía en clase a su propia hija:
            Papá, ¿me dejas el pañuelo?. Perdonen señoritas, pero es que tengo
            una hija ¡madre qué hija, ten hija, ten!. Gracias papá. Y además se le
            inflamaba un testículo al caminar de un colegio a otro. Así que nos
            llegaba ya inflamado y cabreado.
            - A ver, hábleme usted de Rafael Sanzio di Buonaroti.
            - Pero bueno, ¿no sabe usted nada de Rafael?
            - Ah, sí, hombre, de Rafael, sí.

            Le inventaron un chiste cruel y despiadado: “A este debería darle
            una enfermedad, que cuanto más camine más se le inflame el huevo
            izquierdo y cuando se pare, ¡que explote!”.


            Hablando de chistes crueles, también le sacaron uno al príncipe Juan
            Carlos cuando llegó el primero en una regata, porque no se había
            enterado de que se había suspendido por falta de viento y continuó
            navegando hasta el final. Fue en las olimpiadas de Vela de Munich
            1972, en clase Dragon, con el Bribón I:
            - ¿No sabes que le han dado dos medallas de oro al príncipe?.
            - Pues sí, una por tonto y otra por si la pierde.








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