Page 502 - San martín del Rey Aurelio
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bien amueblado es fundamental y más importante que el dinero o los
            bienes materiales. Nos decían que lo que se invertía en formación nos
            sería útil en cualquier circunstancia y nadie podría robárnoslo. Incluso
            si nos metían en la cárcel nos vendría bien no ser unos ignorantes.


            Llegamos a estar tres hermanos internos a la vez, lo que resultaba
            realmente caro. Recuerdo que nos cobraban unas 14.000 ptas./tri-
            mestre, por tres trimestres, que se pagaban por adelantado. Cada
            trimestre venía a ser el equivalente de lo que costaba una vaca, y to-
            dos los años vendíamos una para pagar el segundo trimestre. Algu-
            na vez, cuando mi madre me daba el dinero del trimestre, le bromea-
            ba diciéndole que podría tener más dinero y más vacas y ella siempre
            me contestaba que por supuesto que sí y también más burros. Lo de
            desasnarnos lo llevaba como una prioridad y con mucho empeño.

            Cuando abrieron el instituto del Entrego mis hermanos, que no les
            gustaba estar en el colegio, dejaron el internado, pero a mí ya me fal-
            taba poco para terminar el bachillerato y me pareció muy arriesgado
            ir a un sitio nuevo y sin experiencia para afrontar la reválida de sexto
            y el preuniversitario, así que me decidí por lo malo conocido, ya que
            con la beca que tenía resultaba algo más llevadero económicamente.
            Aunque estudiar, en aquella época, no era nada fácil, el contexto no
            era del todo desfavorable, porque San Martín del Rey Aurelio, si la
            memoria no me falla, era estadísticamente el primer municipio en
            número de universitarios por habitante de España y La Rebollada
            era un pueblo muy destacado en ese aspecto.

            Así que el 9 o 10 de Octubre de 1957 comenzó mi odisea como in-
            terno en el colegio  Loyola de Oviedo. Justo en esa fecha falleció
            “Teresina la de Celedonio” (la abuela de Mª. Luisa Carcedo), que eran los
            vecinos más próximos y “como de la familia”, por lo que mis padres re-
            trasaron unos días mi ingreso en el colegio para poder asistir al entierro.

            Este retraso hizo que me perdiera los dos primeros días de interna-
            do, en los que se explicaban las estrictas normas de funcionamiento
            del colegio, con lo cual aterricé allí sin tener ni idea de cómo debía
            comportarme en cada situación.









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