Page 510 - San martín del Rey Aurelio
P. 510

un soplo de libertad para todos los jóvenes de Europa.


            Los internos teníamos estrictamente prohibido tener comida guar-
            dada. Tengo que confesar que esa norma la incumplí todo el tiem-
            po. Siempre tenía un kit de supervivencia en el armario, escondido
            entre las sábanas. Bueno en realidad era una caja de latón con tapa,
            para que no soltase grasa, ni olor. Siempre tenía estupendos chori-
            zos caseros, quesitos en porciones, chocolate de almendra, frutos
            secos, galletas y alguna cosilla más. Sacaba pan del comedor y me
            iba arreglando para quitar el hambre, los días que el rancho estaba
            imposible, como las veces que los garbanzos estaban mal cocidos o
            que el bacalao estaba sin desalar y más caducado que los yogures
            de Cañete.


            Sin embargo el pescado frito estaba bastante bien, pero nos resulta-
            ba muy extraño que solo nos llegaran cabezas y colas. Por fin conse-
            guimos averiguar que ese pescado venía de una fábrica de conser-
            vas, y que lo del medio lo aprovechaban en la fábrica, con lo que ya
            pudimos dormir mucho más tranquilos.

            A los 14 años, yo ya padecía de una úlcera duodenal debida al stress,
            que me producía el internado, lo que fue un auténtico calvario duran-
            te todos los años de estudiante, pero se me curó automáticamente,
            cuando terminé la carrera de ingeniero y me bajó la dosis de stress.
            El día de 1965, que me examiné de PREU y dejé el colegio, me tuve
            que llevar mi colchón de lana enrollado y envuelto en una sábana
            blanca y la maleta muy llena. Todavía no había carretera a la Rebolla-
            da. Justo la estaban construyendo en aquel verano, Subí caminando
            por la traza, que estaba en excavación, con el colchón al hombro y
            la maleta en la mano. Así que, justo al lado del cementerio y al ano-
            checer, dos mineros que iban a trabajar en el turno de noche me
            confundieron con un fantasma: “¡Ostia compañerín!, ¿tú que llevas
            ahí?, vaya susto que nos acabas de dar”.

            El conocido principio de Peter dice:
            “En toda organización humana, cada persona tiende a ascender de
            categoría hasta alcanzar su nivel de incompetencia”.









                                               510
   505   506   507   508   509   510   511   512   513   514   515