Page 503 - San martín del Rey Aurelio
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El segundo día de estancia en el colegio ya dormí caliente. El cura
            encargado del dormitorio me hizo entrar en calor con unas bofeta-
            das, antes de ir a la cama. Ese era el método de dormir a los niños,
            que se gastaban los curas en aquella época. Esas fueron las prime-
            ras, de las que todavía me acuerdo perfectamente, y a las que si-
            guieron muchas más, en diversas y variadas ocasiones.

            En la primavera de 1.958 el cura-profesor, me expulsó de clase una
            semana, por enfrentarme a la arbitrariedad y al abuso de poder den-
            tro del aula. Yo pensé que allí, en la puerta durante una semana no
            hacía nada y al día siguiente me fui para mi casa, con intención de
            egresar una semana más tarde. El viaje tuvo sus dificultades, ya que
            no disponía de dinero suficiente para el autobús (“el carbonero”),
            que costaba 17 pesetas. Así que tuve que buscarme un cómplice,
            que me prestó cinco duros y yo le di a él mis 13 ptas. para que no se
            quedara sin nada.

            Fui el primer alumno interno, que osó fugarse del colegio Loyola
            de Oviedo, pero en vez de darme una medalla de oro, estuvieron
            a punto de expulsarme. Menudo lio se organizó. Finalmente, des-
            pués de un exhaustivo interrogatorio y de sesudas deliberaciones,
            me conmutaron la pena de expulsión (el negocio es el negocio) por
            un castigo de “cadena perpetua”: todos los recreos, castigado a per-
            manecer en el aula, hasta final de curso.


            Al cura-profesor no debió parecerle suficiente, o quizá quería darme
            un buen escarmiento, que no se me olvidara nunca, cosa que, como
            veis, consiguió y me la guardó para el examen final.

            El día del examen de ingreso, un día de junio de 1958, por la mañana
            me suspendió.

            Era un examen oral. El formaba parte de un tribunal de tres profe-
            sores, y me acosó a preguntas hasta que fallé una de las de la letra
            pequeña de enciclopedia de Alvarez. Después de recitarle de carre-
            tilla las lagunas de España (Gallocanta, La Nava, Janda, Mar Menor
            y Albufera), me preguntó ¿dónde está Gallocanta? y ahí me cazó.
            Gallo que no canta algo le pasa en la garganta. “Tomasito el rebelde,








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