Page 318 - San martín del Rey Aurelio
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Las capas que habían sido depositadas en horizontal y con una in-
            creíble continuidad lateral (cosa ésta que niega el modelo sedimen-
            tario que maneja la Universidad), se transformaron en un yacimiento
            replegado, en nuestro caso por dos grandes sinclinales, separados
            por sendos anticlinales. Como los esfuerzos vinieron del Este, las ca-
            pas quedaron más verticales en los flancos orientales y los más tum-
            badas en los occidentales. Y como no todo fue un comportamiento
            plástico, ese simple esquema de plegamiento permite deducir la di-
            rección, inclinación y tipo de salto de muchas de las fracturas. Así
            fue cómo los esfuerzos también se tradujeron en fallas, ¡en multitud
            de fallas!, que rompieron y desplazaron las capas desde distancias
            hectométricas (la famosa Falla de Llineres, la general del Sur de So-
            tón, etc), hasta saltos de apenas unos metros e incluso de centíme-
            tros (los famosos “repuelgos”).

            De todas las fallas, fueron precisamente las más pequeñas, las más
            peligrosas. En principio parece un contrasentido (a mayor falla, mayor
            peligro cabría esperar), pero la lógica minera la marca el laboreo y es
            fácil de adivinar que las grandes estructuras tectónicas fueron con el
            tiempo delimitando los grandes campos de explotación y por tanto
            llegó un momento (después de mucho ensayo-error) que en sus in-
            mediaciones no se planificaba extracción alguna. Por el contrario, las
            fallas pequeñas, desconocidas y mal interpretadas (muchas fallas se
            creían horizontales por verlas así a lo largo del taller, sin advertir que
            su inclinación podría ser perfectamente vertical y afectar, por tanto,
            a otras capas y en otras plantas, en puntos imprevistos), son las que
            una y otra vez aparecían en la preparación de las galerías y en los
            frentes de arranque. Cuando además llegó la mecanización, el pro-
            blema se incrementó pues el pequeño salto al cual se podía adaptar
            un picador, era un muro infranqueable para las máquinas, obligando a
            desmontar grandes artilugios, volver a calar una chimenea y armar de
            nuevo todo el sistema. Y lo peor de todo: las fallas pequeñas fueron la
            tumba de muchos de nuestros mineros. Por citar sólo algunos casos,
            en memoria de muchos más, recordemos los siguientes:

            - El 5 de diciembre de 1957, el picador Aníbal Montes Nava fue engu-
            llido por el mortal vómito minero (el peligroso “derrabe”) al atesterar
            contra una falla “imprevista” en la capa Escribana de la mina Valde








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