Page 321 - San martín del Rey Aurelio
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“Estratigrafía y sedimentología del norte de la cuenca carbonífera
central asturiana”
Lejos de aceptar la operatividad de los “paquetes”, habla el doctor
de “megaciclos sedimentarios”, siendo uno de ellos el que “englo-
ba la mayor parte de los sedimentos con capas de carbón explota-
das, y comprende desde la Caliza de la Pumarada hasta unos metros
por encima del Tonstein Lozanita”. O sea, en nuestro idioma, reduce
el doctor a un “megaciclo” todos los paquetes Calizas, Generalas, San
Antonios, Mª Luisa y Sotón. Es decir, en lugar de aproximarse al deta-
lle que exige la explotación, nos ofrece un “megaciclo” (¡mejor ‘mono-
ciclo’!) que reduce a un solo color todo el mapa geológico de pozos
como San Mamés, Cerezal y Carrio. Con todo, lo peor de la contuma-
cia académica es cuando reducen a la nada la evidencia de nuestras
correlaciones estratigráficas, que han demostrado (bien es verdad
que muy tarde) que se pueden deducir las fallas y por ende reducir
los fallos. En la tesis doctoral citada, lo más próximo a una Geología
“minera” es cuando dice que “el mayor espesor y la mayor frecuencia
de las capas de carbón están condicionados por su posición asociada
a facies de llanura deltaica y a los momentos más regresivos... con
episodios deposicionales fuertemente controlados por la tectónica”.
¿Episodios deposicionales controlados por la tectónica? ¡Al revés! Es
la tectónica la que creó todo el desajuste estratigráfico, con fallas que
eliminan serie en unos sitios y la añaden en otros. De ahí que una bue-
na correlación, con una muy exigente conversión matemática que im-
pida acumular errores superiores a las fallas que pretendemos dedu-
cir, y permita al geólogo hablar un lenguaje auténticamente minero.
En este sentido, fueron abundantes los ejemplos que en el yacimiento
de nuestro propio concejo darían para un libro: la citada falla de Lline-
res, la falla de Burganeo, las fallas del TOPO, la Robledal de Venturo,
el 2ª Refugio de Sotón, etc. Pero no podemos desaprovechar esta
tribuna que amablemente nos ofrecen sin responder a una pregunta
que dejamos planteada en 2004: “¿Dejamos hulla?”
En 2004, Marino y yo jugábamos literariamente en la portada de
nuestro libro “Dejaron huella”, pretendiendo que, mediante el recur-
so de un paréntesis, se pudiera leer un doble título: “Dejaron Hulla”
y “Dejaron Huella”. Pues bien, la pregunta obligada para un geólo-
go en estos días en que por imperativo legal se ha puesto fin a una
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