Page 533 - San martín del Rey Aurelio
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en la que directamente dejaban el material defectuoso. Disfrutába-
            mos del cambio de color de las llamas, del incandescente metal, del
            intenso y preciso golpeo de las mazas, del humeante enfriar de los
            metales al hundirlos en agua y además… eran nuestros proveedores
            oficiales de aros, ganchetas y pinchos. Bueno, y nos afilaban navajas
            y hachas, porque aunque pequeñas y sin punta llevábamos nuestras
            navayines en el bolso del pantalón y una pequeña hacha para ir a
            buscar, hacer leña y cortar algún cándanu. ¡Y sí, nunca nadie se acci-
            dento ni lesionó a nadie!

            Al otro lado, a los pies de la escombrera estaba la cuadra de las mu-
            las, la tracción en el interior de la mina seguía siendo animal, y me
            gustaba ir a verlas aunque siempre había alguna muy protegida por-
            que era muy falsa y te podía cocear. Los trenistas tenían su pareja y
            no querían que se le cambiara de compañera. Sabíamos con quien
            trabajaban algunas de las mulas, las más guapas y nobles. Allí tra-
            bajan de cuadreros, los hermanos César y Manolín, y hacían la vista
            gorda a nuestra presencia. Cerca estaba el polvorín, de fácil acceso,
            nos surtíamos de cable de pega, de colores, para atar o unir nuestros
            artilugios. Y sobre todo, de restos de polvo -¿Polvora?- para jugar a
            los fuegos artificiales. Tizábamos un fuego y lo lanzábamos sobre él
            para ver como centelleaba. Cosas de niños de aquella época.

            Encima de todo, la escombrera de El Quintu, esa bocamina y zona de
            maniobras ya estaba abandonada pero habían dejado allí un par de ca-
            rruchas, de las que utilizaban para el transporte de la madera, que so-
            bre las vías hicieron nuestras delicias y fueron nuestros barcos piratas,
            linías de Zapico y todo lo que nuestra imaginación fue capaza de crear.
            Un día llegamos y habían terminado de tapiar esa bocamina con ladri-
            llo, levantado las vías y llevado una de las dos carruchas. En venganza
            dedicamos la tarde a acercar la que quedaba al borde y la terminamos
            lanzando escombrera abajo pero se nos paró a media ladera. Más tar-
            de, no hay mal que por bien no venga, El Quintu, fue nuestro estadio
            de balompié. Eran los sesenta y había guajes en todos los pueblos
            de la parroquia de Santa Bárbara. Descubrimos, posteriormente, que
            pertenecíamos a la generación del baby boom y ahora; seis décadas
            después, intentan convencernos –sin éxito-de que somos los respon-
            sables de la insolvencia del sistema público de pensiones, ya.








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