Page 529 - San martín del Rey Aurelio
P. 529

cesitaran- o que nos dejaran al cuidado de otros niños o niñas más
            mayores. La mayoría de las veces de poquita más edad pues los más
            grandes, los adolescentes de hoy en día, ya tenían que ayudar a sus
            familias con la lleña, el “llindíar”, saca´l cuchu… o lo que cada esta-
            ción recomendará.

            Esta forma de relación y socialización colocaba al pequeño desde
            su más tierna infancia fuera de la casa en la antoxana y la calella
            para desde ahí ir ampliando los horizontes. Al tiempo, esos niños y
            niñas, poquito más mayores que tú, dos o tres años a lo sumo, iban
            aprendiendo a asumir responsabilidades. Así, apenas empezabas a
            caminar, tus lugares de correrías no se limitaban a la antoxana y a la
            calella sino que empezabas en esas compañías a descubrir tras casa,
            la llosa, la viesca, el río… Puesto en boca de una cabraliega: ¡Qué hay
            mundiu más allá de Meré!

            Nacer al lado de un pozo minero hace que incorpores ese espacio
            a tus correrías, que formes parte de él. En el pozu La Cerezal, de
            aquella Santa Bárbara, con todas sus instalaciones fue mi Port Aven-
            tura particular. El río, la bocamina, la casa los capataces, les oficines,
            el compresor, el transformador, la lampistería y el botiquín lo tenía
            a mano, en el entorno de la plazoleta que atravesaban los caminos
            que bajaban de La Gallega o La Nespral hacia La Cruz. ¿Había pe-
            ligros? Por supuesto, pero te enseñaban desde principio a convivir
            con ellos y a evitarlos. Valía esta sencilla frase: “Ahora vas y mán-
            queste que llueu arréglote yo”. Aprendías a esquivarlos y a ocultar
            los daños para evitar males mayores.


            La casa de los capataces que había sido la más noble de todas era
            entonces el lugar en el que se duchaban y cambiaban éstos y los vi-
            gilantes. Eran las viejas oficinas, con vivienda para el ingeniero. Las
            dependencias las mudaron a unas instalaciones prefabricadas unos
            metros más allá. Justo al lado, quedaba la entrada a una bocamina
            abandonada. Cabíamos entre las verjas que cerraban el paso, sor-
            teábamos la vigilancia del guarda jurado que solía dormitar en un
            cuarto anexo a la casa, vencíamos el miedo y satisfacíamos la curio-
            sidad penetrando en el interior de la misma hasta que perdíamos la
            luz exterior. Uno de sus laterales evacuaba el agua recogida de las








                                               529
   524   525   526   527   528   529   530   531   532   533   534