Page 531 - San martín del Rey Aurelio
P. 531
tían sentarme en sus sillas tejidas de fibra vegetal para escribir con
sus Olivetti de cinta, repasar las sumas de los libramientos compi-
tiendo con las viejas máquinas mecánicas de calcular a palanca (no
se fueran a equivocar) y a aprender a hablar por teléfono pidiendo
línea a la operadora. El papel era un bien caro y escaso, pero te po-
días llevar el de calco y el usado con más espacios en blanco para
reutilizarlo.
Cerca de allí, en medio de la plazoleta, sobre la canalización del río,
en el suelo, sin ninguna protección, estaba un hueco de ventilación.
Siempre estuvo allí, al lado de un poste de la luz que la iluminaba y
nunca cayó nadie, sería de torpes darse una costalada. Estaba cerca
del compresor y del chigre de Guillermo y Felicidad. Había que cor-
tejar a los que mecánicos que trabajaban en el comprensor pues, en
ocasiones, nos facilitaban bolas de rodamientos -¡los mejores ban-
zones o boliches! (canicas)- y gomas elásticas. Los banzones o el
gua, era uno de los juegos predilectos entonces. Las canicas, ade-
más de las compradas, las fabricábamos nosotros mismos con bolas
de arcilla conseguida en las mismas instalaciones o proximidades
de las tejeras existentes entonces. Había que dejarlas secar bien y a
la sombra para que fueran más duras. Comenzaban a llegar las de
cristal pero no te arriesgabas a perder ese tesoro en el juego. En la
preparación de les estiragomes (tirachinas), buscar un buen forcáu,
amarrar a él bien les gomes y conseguir una buena badana para co-
locar el pedrusco son el abc del buen artesano. Con ello, ir afinando
la puntería, a veces con pelees entre nosotros, para luego poder ir
a la caza de paxarinos y de paso quebrar algún que otro cristal o
bombilla del escaso alumbrado público.
El portón del transformador, ¡No tocar, peligro de muerte!, fue nues-
tra portería, intuyo que el riesgo estaría dentro. Uno de los practi-
cantes, Severo Patuca, aficionado al balón y que solía disponer de
tiempo cuando no tenía, afortunadamente, tareas, me hacía soñar
con ser un Iríbar o un Junquera. Intercalé los entrenamientos con lo
que fue mi primera -e insconsciente- reivindicación política y dela-
ción. Jugaba un día con las tizas de marcar vagones cuando Moreno
“el de Matilde”, albañil en el pozu y represaliado político de adscrip-
ción comunista, me provocó diciendo que no sabía escribir, tenía yo
531