Page 532 - San martín del Rey Aurelio
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unos cinco años, y accedí al reto de demostrarle que yo sabía escri-
            bir UHP, y en grande como él quería. Lo hice, me volví, él no estaba.
            Allí me quedé esperando la recompensa del reconocimiento pero el
            que apareció fue Ricardo Camblor, el capataz, del que yo esperaba
            me diera como solía hacer algún caramelo. Aquel día no me lo dio,
            me apartó del escrito diciéndome: “¿Qué hiciste?, Manolín, ¡Me cago
            en C*****!” A lo que yo inocente respondí: “Mandómelo, Moreno.”
            Supongo que descentrado por el incidente se había olvidado de mis
            caramelos por lo que lo seguí hasta la boca del pozo, a la zona de
            embarque, cuando se percató de mi presencia me dio la vuelta y,
            casi me atrevo a asegurarlo, los caramelos.

            En torno a la bocamina del pozo, es la zona cero, en cuanto a peli-
            grosidad porque el trasiego de vagones y maquinaria era constante
            pero los niños andábamos por allí y no estorbábamos a nadie, era
            normal nuestra presencia. Contra el monte del río Oscura, estaba
            la nueva casa de obreros, con sus modernas calderas y depósito
            de agua -alguna vez lo utilizamos como piscina- que Vidal Álvarez,
            un capataz alleranu, con la colaboración de un buen pescador de
            la zona y trabajador de la empresa, “Fociñu”, usaron como pisci-
            factoría. Colocaron, a su entrada, en los años sesenta, la primera
            máquina expendedora de Coca Cola, no contaban con que el brazo
            de un niño podía acceder al depósito directamente. Entiendo que
            en aquellos tiempos los criterios de salud alimentaria eran distintos
            de los actuales pues siempre que podíamos eludir la vigilancia, unas
            veces y otras acompañados de adultos, a los que invitábamos, sacá-
            bamos y tomábamos la americana bebida. La alcohólica quina nos la
            daban para abrir las ganas de comer.

            En el lado opuesto estaba la máquina de extracción, la que tiene los
            mecanismos de recogida de cable para la subida y bajada de la jaula
            del pozo, me encantaba ese lugar y en él, por jugar sobre un güin-
            chi, estuve a punto de perder la vida pero gracias a mi hermano que
            me rescató, libré. Como si no hubiera pasado nada seguí yendo por
            allí. Es más, muy pequeño, dormí alguna siesta obligado, en alguno
            de los rincones de aquella estrecha cabina comandada por Tano G
            Llamedo o Valiente  la Maquinista. Para reparar los punteros y los
            hachos de los mineros justo al lado del embarque estaba la fragua








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