Page 513 - San martín del Rey Aurelio
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Mis abuelos paternos, Enrique y Rogelia, tuvieron siete hijos y los
            maternos, Laureano y Filomena, tuvieron ocho hijos, eran también
            mineros y se ocuparon como bien pudieron de sacarlos adelante.
            Todos los hijos se casaron y somos 48 primos carnales, repartidos
            por La Cerezal, Santa Bárbara y San Mamés. El eje de trabajo, como
            los abuelos, la minería y el campo con algo de ganadería.

            Los diferentes pueblos que configuran el núcleo de La Cerezal, El
            Costayu, La Zorea, Cases de Abaxo, La Gallega, El Monteserín, Los
            Pedrazos… estaban muy poblados y había dos escuelas en El Veri-
            ciosu, con dos Maestros, uno para niños y otro para niñas.

            Eran tiempos convulsos, las secuelas de la Guerra Civil perduraban y
            los resentimientos en uno y otro bando no cicatrizaban; unos se tira-
            ron al monte (los fugaos) y otros (la brigadilla), los buscaban, no pre-
            cisamente para darles premios. Un desastre y un drama para quienes
            con menos de 10 años no entendíamos nada de lo que ocurría, pero
            sí veíamos abatidos a unos y otros, como si de algo normal se tratase.


            La vida de tantos niños y niñas era rutinaria, ir a la escuela, ayudar
            en casa, jugar lo más que podías y prepararte para tener 14 años y
            empezar a trabajar en la mina. Yo, como era muy activo, me apunt-
            aba a todo y fui Monaguillo con el Cura de Santa Bárbara, con tanta
            suerte que cuando abandonamos La Cerezal para vivir en Blimea fui
            recomendado al Párroco de entonces, Don Bias, y terminé siendo
            Monaguillo, Sacristán y encargado del Archivo Parroquial.

            ¿Cómo abandonamos La Cerezal?
            un buen día mi padre le dice a mi madre que la Empresa le alquila un
            piso en Blimea, viviendas de empleados, dado que salía a trabajar
            a las seis de la mañana y no llegaba hasta la noche, y el Pozo San
            Mames, donde trabajaba, estaba a poco más de cinco minutos del
            piso. Mi madre, no le gustaba marchar y nos convenció a los tres her-
            manos para no irnos y lo teníamos que escenificar llorando cada vez
            que veíamos a mi padre. No lo conseguimos y al final nos traslada-
            mos al piso de la barriada de Blimea que la Empresa nos adjudicó.

            Recuerdo el  día de la partida,  con  poco mas de 10 años. Todo el








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