Page 311 - San martín del Rey Aurelio
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el curso del Nalón y fue tomando carta de naturaleza una nueva
Asturias, si bien con varios siglos de retraso cartográfico con res-
pecto al resto de Europa. Y con la revisión cartográfica vino la ex-
plosión demografíca ¿Qué había pasado?
Lo que pasó fue que un polesu ilustrado, llamado José Carreño
Peón, había explorado los montes entre los años 1730 y 1737, y al
advertir -según escribiría en 1787 su nieto Antonio Carreño) que en
uno de ellos había un incendio “que conservó la lumbre por espacio
de cinco meses” y que por sus lecturas de autores ingleses, sabía
que el fausto fenómeno, “no podía tener otro principio que hallarse
en aquél paraje alguna mina de carbón de piedra, hizo cavar... y
descubrió en efecto el carbón”. El nieto, Antonio Carreño, debió de
comunicárselo a su primo Jovellanos (quien le llamaba “Antón”) y
así se prendió la mecha de lo que iba a ser la más súbita y mayor
explosión demográfica que jamás se haya podido documentar en
España, viviendo en dos siglos (desde la canalización del Nalón en
1792, hasta el eufemístico “Plan de Futuro” en 1992), la apertura
de tres mil bocaminas, un centenar de pozos, más de 200.000 m
de vías férreas (muchas de ellas por laderas vertiginosas), un cen-
tenar de grandes barriadas y, en fin, un binomio paisaje/paisanaje
en el que, con todas las luces y las sombras inherentes a la vida, se
hunden nuestras raíces. Raíces que se extendieron por un dédalo
subterráneo absolutamente inimaginable para quienes no lo hayan
conocido.
En esa simbiosis de paisaje y paisanaje existe, además, un sustrato
cuyas raíces no se pueden contar por siglos sino por unidades de
10.000 siglos, o lo que es igual, por millones de años. Se llama yaci-
miento geológico y, aunque no lo parezca, imprime carácter, hasta
el punto de que podríamos decir, remedando a Sancho: “Dime so-
bre qué tierra naces y te diré cómo eres”.
Yace a nuestros pies un mar de carbón que la Ciencia dice que
tiene 3 millones de siglos, o lo que es igual, 300 millones de años.
No viene mal que, en esta hora de clausura minera, dejemos cons-
tancia de lo que hubo, mejor aún, de lo que hay enterrado bajo el
manto de asfalto y verdor.
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