Page 20 - Virgen del Camino

una seriedad mayor. Por allí pasaba toda la tropa de “clásicos” con los que,
poco a poco, nos íbamos familiarizando. Algún, posteriormente, famoso
director de orquesta comenzó a sentir el gusanillo de esa labor misteriosa,
aprendiendo desde esos años el valor del sonido y los silencios, todo ello
encajado en los compases que dan sentido y dividen las melodías.
Una muestra de ese ambiente musical cuidado fue la “escolanía” que animó
y solemnizó durante años las celebraciones en el santuario. No era infrecuente
ver a muchos leoneses de la capital acudir a esas misas para vivir su fe
disfrutando de la escucha de unas melodías bien interpretadas con voces
educadas y cuidadas. Un músico leonés, Joaquín Hernández, sacerdote,
autor de piezas inolvidables, originales en su composición y no siempre fáciles
de interpretar, fue quien compuso un himno, un tanto olvidado, pero rico en
melodía y contenido. Cómo no recordar esa letra de fr. José María Guervós,
sin sentir la añoranza que contiene:
Desde niño mis labios entonan tu canción.
Desde siempre te quiero, ¡oh Reina de León!
Mi madre me enseñaba a abrirte el corazón
y a contarte mis penas en continua oración.
Ave María, Estrella del Camino;
oye, Madre, la voz de un caminante
en busca de la patria peregrino.
Quiero ir a tu morada sin dolor
después de este destierro en que ahora vivo.
Reina de la montaña y de León,
llévame tú a los brazos de tu hijo,
cuida mis pasos, no me desampares,
soy caminante, ¡Virgen del Camino!
Las horas del esfuerzo y la constancia
Un ancho pasillo acogía las aulas donde recibíamos las clases. Amplias, con
inmensos ventanales que daban a zonas recoletas donde crecían rosales
y arbustos variados. En ellas aprendimos a saborear el lenguaje misterioso
de las “jarchas” con ese balbuceo del español, mezclado con términos
arábigos. También aprendimos a descubrir a Berceo y El Cantar del Mío Cid.
Así fuimos aprendiendo a valorar nuestro idioma, dejándonos conducir por
quienes sabían animar y corregir. Con naturalidad entramos en el mundo
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de los clásicos del siglo de oro y llegamos al mundo moderno de Lorca y
Gerardo Diego, de Valle Inclán, de Buero Vallejo.. . Con el latín descubríamos
raíces explicativas de nuestro idioma común. Contábamos con un salón
de teatro. En él se celebraban amenas fiestas donde quedaba patente la
creatividad de los que se sentían músicos y actores en ciernes. No faltaron
representaciones de autos sacramentales de Calderón, enriquecidos con
música propia, dando más realismo a lo representado. El animador de todo
ello era un exactor que había dejado la farándula para convertirse en un
gran predicador. Lo era y tenía tablas, el mismo fr. José María Guervós.
Unos extensos campos de deporte facilitaban la práctica del ejercicio físico
y, cosa rara en aquellos tiempos, contábamos con una amplia piscina que
ayudaba a descubrir lo maravilloso que es desenvolverse con soltura en el
agua, sin peligro de quedar dormido para siempre en la suavidad de sus
formas.
Comunidad educativa
El grupo de profesores estaba formado por los mismos frailes que nos
acompañaban en la formación. Por eso, todo lo que recibíamos contaba
con una unidad que desembocaba en una formación humana y cristiana
que conducía a los mismos valores del humanismo religioso. Pese a vivir
tiempos de fácil adoctrinamiento, no era ese el sello que dominaba en aquel
ambiente.
La apertura a la verdad nos iba enseñando a ser cautos en los juicios y críticos
con lo que se llevaba como norma en la mayoría de los ámbitos formativos.
El patrioterismo no entraba en aquella casa donde se apreciaba el valor y la
riqueza de nuestra cultura sin exclusivismos.
El Santuario siempre presente.
Eran muchas las ocasiones en que nos hacíamos presente en el Santuario.
Pasábamos por un túnel que conectaba el colegio con el santuario. Así
evitábamos los peligros que entrañaba atravesar la carretera. Allí nos uníamos
a cuantos acudían a expresar su fe. Nuestro sitio era siempre el coro. Todos
los actos concluían con el himno a la Virgen del Camino. Una letra sencilla,
sentida, con una melodía tonificada con cierto sabor a nostalgia de ese
más allá que rezuma siempre la composición religiosa lograda. Todavía hoy,
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