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Onís en la memoria


          nistración y el reparto de las dosis de esperanza, ilusión y confianza que en ellos
          hemos depositado.
               A todos los que leéis estas líneas no hace falta recordaros la tradición agrícola,
          ganadera, pesquera o forestal de este viejo concejo de Onís.
               Abnegados y laboriosos campesinos y ganaderos, sin horas libres las más de
          las veces, trabajando de sol a sol, poco valorados y mal pagados, comprendemos
          el asombro de que aquello que la tierra, los ganados o los árboles os dieron -tras
          tantos sacrificios- acaba llegando a manos del consumidor a un precio que fue
          creciendo de tan exorbitada manera que os causa sensación de bochorno, al ser
          vosotros los menos beneficiados en esa cadena de manos por las que pasó el fruto
          de vuestro sudor.
               Asturias era considerada como una región pobre e inhóspita y, así, el Car-
          denal Cisneros -al enterarse de que el emperador Carlos había desembarcado por
          error en Villaviciosa- se apresuró a escribirle diciendo: “Señor, cuánto deseo que
          salgáis de ese país tan mísero para que no creáis que todo vuestro reino es igual”.
               Y setenta y tres años después -en 1590- el obispo ovetense Diego Aponte de
          Quiñones abundaba en la misma idea con motivo de la visita “ad limina apostolo-
          rum” al Papa Sixto V, afirmando que los asturianos “son gente fiera para extraños e
          indígenas, y son todos pleiteadores y pertinazmente se atacan y muerden”.
               Tremenda aseveración, pero daba idea de lo que se podía pensar de nuestros
          ancestros, cuando hasta el obispo de Oviedo lo afirmaba así.
               El paisaje agrícola asturiano ha variado mucho a lo largo de la historia, tan-
          to el paisaje espontáneo como el construido o destruido por el hombre que lo va
          transformando y modificando a su antojo e interés, generalmente para mejorarlo.
               En estos tiempos que vivimos donde la palabra, el compromiso y la lealtad
          son bienes más escasos que lo fueron para nuestros antepasados, merece la pena
          tomar nota de ellos para que las consecuencias de sus certidumbres nos guíen por
          los caminos de la vida sin perturbaciones, y nos reafirmen en el buen sentido y la
          estabilidad.
               A buen seguro que ellos no imaginaron que los bisnietos de sus nietos de-
          jarían de cumplir lo pactado por ellos, pero por si alguno tuvo dudas aquí seguís
          vosotros, fieles a una tradición que -como en tantos otros pueblos- jamás debería
          perderse.
               Y es que lo que importa -por encima de creencias, adversidades, modas,
          dudas o convicciones está el dar cumplimiento a los compromisos adquiridos por
          quienes nos precedieron.
               Nuestros antepasados tenían que resignarse a sobrevivir, ése era su triste des-
          tino, pues nacían para trabajar en el campo sin descanso ni compensaciones, en
          los enigmáticos vaivenes que la vida les iba proporcionando. Eran vidas cíclicas,
          cual canjilones de una noria que se llenan y vacían de un agua indiferente en una
          tarea ciega, monótona, sin descanso.
               ¡Cuántas veces los vecinos de este concejo -y de todos los demás asturia-
          nos- se habrán hecho la misma pregunta!: ¿Es esto vida? Vivir para trabajar, cuando

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