Page 487 - San martín del Rey Aurelio
P. 487
Al principio me fui a Oviedo pero poco después decidí volver a la
cuenca minera, concretamente a El Entrego, donde primero estuve
trabajando en un chigre y luego en una farmacia. Estaba a gusto allí,
hice nuevos amigos y comencé una relación con el que luego sería
mi marido para toda la vida, Graciano Rozada, Chano, que también
era militante del PSOE y de la UGT, y que después de la guerra había
estado en el monte, con los fugaos. Nos casamos en 1946 y pese a
las dificultades e incertidumbres provocados por la dictadura, lo que
nos llevó a ambos al exilio, fuimos muy felices. Primero se fue Chano
a Francia en 1947, y yo me quedé en El Entrego con nuestra primera
hija, Maria Ángeles, pero en 1948 la situación se hizo imposible y
también tuve que irme. Pasé con mi hija en una barca desde Pasajes
a San Juan de Luz, muerta de miedo, algo que ahora recuerdo con
frecuencia cuando veo a los migrantes que intentar pasar a España
desde África. Cuando me reencontré con Chano hacia ocho meses
que no nos veíamos.
P.- Ya en Francia comenzó una nueva vida…
R.- Sí, pero sin olvidar nada de lo que habíamos pasado, porque
hay cosas que no pueden olvidarse. Poco después de llegar fue el
aniversario de la República y nos reunimos con un grupo de amigos
socialistas para brindar y celebrarlo. Pronto nacería nuestro segundo
hijo, José Antonio, y así formamos una familia que por un lado mira-
ba siempre hacia España pero que por otro había conseguido nor-
malizar su vida en el exilio, concretamente en Saint Eloy les Mines,
que era donde vivíamos.
P.- ¿Existía por tanto la idea permanente de regresar a España?
R.- Por supuesto. Siempre añoraba a mi familia y a España, pero el
tiempo no pasa en vano y el franquismo continuaba siendo una triste
realidad para muchos españoles; también lo era para quienes es-
tábamos exiliados, pese a que nos veíamos mucho con nuestros com-
pañeros y amigos socialistas pues seguíamos militando en el PSOE y
en la UGT. Allí conocí a personas como Pepe Mata, a su hermanos Qui-
co, a Flórez, a Silvino Antuña y a Alfredo García, el padre de Marcelo.
No pude volver a España hasta doce años después de escapar, pero
solo de visita. Como cuento en mi libro de memorias, me fui de Asturi-
as con 29 años y cuando regresé por vez primera tenía ya 41.
487