Page 485 - San martín del Rey Aurelio
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el tiempo llegó la desilusión: estábamos solos pero había que seguir
            luchando. Poco después nos enviaron de enfermeras a Gijón pero
            las cosas ya iban muy mal. En octubre del 37 cae el frente repub-
            licano de Asturias, nos detienen a mi hermana Argentina y a mí y
            acabamos en la cárcel modelo de Oviedo. A mi hermano Secundino
            también le detuvieron llevándole a un campo de concentración que
            había en Candás.


            P.- Muchas veces me has dicho que a tu edad, además de seguir
            defendiendo las ideas socialistas, tu objetivo es recordar a todas
            aquellas mujeres que perdieron la vida por defender la República
            y a las que conociste bien en el frente o porque estuvieron presas
            contigo, para que no se las olvide.
            R.- Mira, no tengo ninguna enfermedad, es más, cuando voy al
            médico se sorprenden de que con cien años no necesite pastillas
            ni ningún medicamento especial, pero yo estoy convencida de que
            lo que verdaderamente me mantiene viva y activa es ese deseo de
            recordar a todas aquellas mujeres que fueron torturadas, asesina-
            das y en muchos casos borradas de la historia simplemente por
            que defendían la libertad. Y no lo hago por odio o por venganza,
            esas cosas no tienen ningún sentido para quienes nos sentimos de
            izquierdas, lo hago porque es de justicia que se sepa lo que ocurrió
            entonces y también para que no vuelvan a repetirse. Es mi lucha.

            P.- Volviendo a tu experiencia personal, tal como recordabas hace
            un momento cuando cae el frente republicano en Asturias eres en-
            carcelada y posteriormente, en febrero de 1938, te someten a un
            consejo de guerra. ¿Cómo viviste aquella situación?
            R.- Lo primero que quiero decir es que aquellos consejos de guerra
            no eran más que teatro, allí ni había derecho a la defensa ni a tes-
            tigos ni a nada que pudiese ir en tu favor. Los rostros de los que
            formaban el tribunal, todos militares, solo mostraban desprecio y
            odio, daba miedo mirarles, así que sabías que estabas condenada
            de antemano. En mi caso, algunas de las acusaciones eran ciertas:
            era militante de las Juventudes Socialistas Unificadas y había ido
            voluntaria al frente para defender la República. Todo lo demás eran
            mentiras. Yo no era miliciana por odio, sino por defender la liber-
            tad. Decían que odiaba a los militares porque habían asesinado a mi








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