Page 420 - San martín del Rey Aurelio
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al país norteamericano. Preparamos una lista de personas a las que se
            podía recabar opinión sobre Roces y yo sugerí que, entre otros, llama-
            ran a Ovidio Gondi. Y pedí que, si conseguían hablar con él, cuando
            terminasen, me pasaran la llamada. Hubo la suerte de que lo localiza-
            sen y, gracias a ello, al poco tiempo lo pude encontrar al otro lado del
            hilo del teléfono.

            Era la primera vez en mi vida que hablaba con él y para mí fue un
            momento muy emocionante. Me dio a entender que para él también
            lo era, pues sabía quien era yo como yo sabía quien era él. Y no por-
            que fuéramos ambos periodistas sino por razones más personales.
            Para mí Ovidio empezaba por ser aquel rapacín de quien me había
            hablado mi padre cuando me contaba que había compartido pupitre
            con él en la escuela de La Cascaya. Y para Ovidio yo era el hijo de
            aquel amigo, al que desde México le enviaba recuerdos y, a veces,
            algún libro a través de su tío Aquilino, Aquilino el de La Palma, como
            era conocido en El Entrego por ser el encargado de la panadería
            industrial de ese nombre. Todo un personaje, por cierto: librepensa-
            dor, en su día miembro destacado del Partido Reformista y uno de
            los introductores del esperanto, el idioma universal, en El Entrego,
            donde llegó a a haber una agrupación con muchos socios llamada
            “La Verda Kolombejo”, o sea, “El Verde Palomar”.

            El interlocutor que tenía al otro lado del teléfono era un hombre ma-
            yor, de cabeza clara y voz debilitada por la edad pero firme, en la que
            era posible detectar un inconfundible acento asturiano.

            Aquella tarde de 1992 nos despedimos con la promesa mutua de
            mantener pronto nuevos contactos. Pero no pudo ser. Unos meses
            después me encontré una mañana con una columna de Paco Ignacio
            Taibo I en “La Voz de Asturias”, en la que daba cuenta de la muerte,
            mientras dormía, de Ovidio Gondi.

            La noticia tuvo entonces poco eco en España e incluso en Asturias.
            A casi todos los efectos Ovidio Gondi era a esas alturas un periodista
            mexicano ya jubilado. Pero quienes nos habíamos asomado a su vida
            y a su obra sabíamos que nunca había dejado de ser el gran periodista
            asturiano al que la guerra civil española llevó, como a tantos compa-








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