Page 419 - San martín del Rey Aurelio
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titular: “No volveré a España”. Le mandé el periódico y me contestó
            de inmediato, con un reproche no por amable menos contundente, en
            cuanto que incluía una lección gramatical. Él no me había dicho que
            no volvería sino que no regresaría. Regresar era volver para quedarse
            y eso era algo que él ya podía hacer, porque su vida ya estaba enrai-
            zada en México, donde tenía una familia.

            Esa respuesta dejaba la puerta abierta a la posibilidad de un viaje, una
            visita, tal vez más. Pero el propio Ovidio no creía en esa posibilidad,
            tal como demostrarían los hechos. Una explicación verosímil sería que
            a lo largo de sus largos años de exilio había llegado a idealizar tanto lo
            que había perdido que tuvo miedo de sufrir un desencanto al confron-
            tar esa imagen con la realidad. Cuando le expuse esa interpretación a
            su sobrino Ovidio González Velasco, que le visitó en México en 1982,
            se mostró conforme con ella. El vívido recuerdo que de Asturias tenía
            Ovidio Gondi se podía ver reflejado, por ejemplo, en un artículo suyo
            dedicado a unos amigos mexicanos que se disponían a hacer un viaje
            al Principado. La descripción de la entrada en Asturias por el puerto de
            Pajares era tan exacta en los detalles como como emotiva en la pon-
            deración de las bellezas que se ofrecían a la admiración del viajero.

            En todo caso Ovidio Gondi sí volvió a Asturias, si no en persona, sí
            a través de su oficio. El diario “Asturias Diario Regional” publicó en
            marzo de 1979 en su suplemento cultural “Asturias” su artículo “El
            Guernica o el poder de la nostalgia”, que apareció en dos entregas.
            Picasso fue una de sus devociones.

            Un recuerdo personal.
            En el final de esta semblanza de Ovidio Gondi quisiera incluir un re-
            cuerdo personal, que se sitúa en un día de marzo de 1992. Esa tarde
            llegó a la Redacción de “La Nueva España” la noticia del fallecimien-
            to en México del intelectual y político asturiano Wenceslao Roces,
            uno de los exiliados que habían regresado a España tras la muerte de
            Franco. O mejor, que -ateniéndonos a la precisión exigida por Ovidio
            Gondi- había vuelto, pues, aunque resultó elegido senador, en repre-
            sentación del PCE, en las elecciones de 1977, fue incapaz, él, o su mu-
            jer, o tal vez ambos, de adaptarse a una nueva vida lejos de la familia
            que habían formado en México y, de improviso, el matrimonio retornó








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