Page 277 - San martín del Rey Aurelio
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Los que tuvimos la suerte de ser tus amigos y tratarte a fondo, de
conocer y hasta de compartir con frecuencia tus problemas o ale-
grías (porque tú eras así de abierta y sin hipocresías, te manifesta-
bas y exteriorizabas, según la circunstancia del momento) sentimos
tu ausencia, esta separación terrena.
Enseguida de conocer tu partida, se nos vino un pasaje de tu vida
motivo de preocupación profunda para ti que siempre mostrabas
al pensar que tu madre era mayor y el hacerte a la idea que faltaría
por ley natural algún día, te entristecía grandemente. Una, ahora que
todo ocurrió así, no deja de encontrar explicación a este cambio
inesperado, fue ésta quien hubo de verte y quien ha de intentar su-
perar esta pena honda e indescriptible que debe suponer para todas
las madres del mundo este trance. Quizás en tu semi-inconsciencia
cuando la llamabas tuvieras una pequeña lucidez (o grande, ¡quién
sabe!) y tu exclamación fuera lamento de pensar cuánto iba esto a
afectarle a ella.
Admiramos esa vida organizada que supiste encauzar, durante la
cual no te cansaste de repetir (llena de reconocimiento) que lo ha-
bías logrado gracias a tu hermana a quien adorabas. Esa vida tuya
repito, tan digna e intachable, bien joven entregada a la ingrata tarea
de la enseñanza, con ese gran sentido de responsabilidad y total
abnegación en el cumplimiento del deber, adornándolo con cierto
humor que te caracterizaba. Con una formación moral ejemplar y
una fe profunda envidiable.
Eva, ¡con cuánta emoción vimos pasar a las niñas de tu escuela tris-
tes portando flores...!
Pensamos que si Dios quiso llevarte tan pronto, también su veredic-
to a la hora de juzgarte sería tan favorable, que tu descanso eterno
será para nosotros la esperanza de que desde tan alto seguiremos
notando tu presencia.
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