Page 26 - Virgen del Camino

HOMO VIATOR
Fray Álvaro Huerga Teruelo, O.P. †
LA VIDA HUMANA COMO VIAJE
¿QUÉ ES LA VIDA?
Esta es una pregunta que preocupa a todo hombre que, con la vida en las
manos, se detiene a pensarla. Se la han dado y tiene que hacerla o, en última
instancia y como opción personal, tiene que resolverla. Porque el hombre, en
cualquier latitud o sitio en que esté, es un ser vivo, soledoso, ensimismado y
preguntón. Y entre tantos interrogantes que le surgen, en «su» pensamiento
se pregunta por sí mismo. La pregunta «¿Qué es la vida?» se le convierte en
«¿Qué es mi vida?».
De una manera o de otra, le intentará una respuesta. Si es dramaturgo
responderá: «es un frenesí» una ilusión. Un «sueño». Si es filósofo, quizás se
conteste que es enigma, o diciendo estoicamente que es «flor» que se
marchita sola. Y si es un escéptico, dirá que no hay respuesta, que ella misma
huye, porque está claro que es fugitiva.
PRESTIGIO DE UNA IMAGEN
De las muchas respuestas que se han dado a la inquietante pregunta, hay
una que goza de prestigio metafórico: es un viaje, sin retorno. Es también
la respuesta que nos mete por los ojos del pensamiento y por el pálpito de
la misma experiencia virtual -la vividura- o sea, el diario vivir, desde fuera
por estímulos incitantes que ofrecen los medios de comunicación social,
generosos atiborradores de viajes fabulosos a tierras incógnitas, paradisiacas.
Los muy expertos le desilusionarán, aseverándolos que tutto il mondo é paese
(todo el mundo es más o menos igual). Hay un negocio que llaman «agencias
de viajes», que brindan viajes de recreo, de placer, de encantos y maravillas.
Todo por un puñado de dinero, que de eso se trata.
Pero volviendo página al llano y humano existir, nos vamos a aferrar a la
imagen susodicha, bella, honda y veraz: la vida es un viaje. Que es lo que los
clásicos designaban diciendo que el hombre es un viajero: es homo Viator.
Como es una fórmula transparente de alta tensión teológica, nos quedamos
con esa imagen.
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El hombre es un viajero en esta vida, la vida de cada hombre, y apropiándola,
a la pregunta: «¿Qué es la vida?», le damos ya un sentido personal: «¿Qué
es mi vida?».
El poeta Jorge Manrique la comparó a los ríos, que siempre viajan y no
regresan. El símil del río tenía en el poema una connotación fúnebre, ya que
sus versos no cantan, lloran. Para él, como para todo fiel cristiano, la vida
fluye como los ríos. Nunca para de correr. La vida corre también, es una,
viaje uno y único. El hombre, pensando en la propia vida, alguna vez se
detiene a pensar y a preguntarse: ¿De dónde vengo?, ¿A dónde voy? ¿Qué
soy? Filosofía y, si es teólogo, hallarán la respuesta exacta.
Pero no todos son teólogos. El filósofo a secas se sienta en el camino de la
vida a pensar, y no tarda en convencerse, porque la vida misma es maestra,
y velis nolis, quiera o no quiera, la misma vida te enseña que eres un viajero,
porque su vida es un viaje. Con estos versos de poesía vital profunda, Juan
Ramón Jiménez describía el viaje de la vida en versos de oro y de fuego; y
se erguía a teólogo, o a hombre de fe; ¡qué bello poema escribió, a la vez
versos de poeta y versos creyentes:
«Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando. Y se quedará un huerto con
su verde árbol y su pozo blanco. Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán como esta tarde están tocando, las campanas del campanario».
Las campanas juanramonianas son mensajeros luminosos, no solamente
sonoros, que trazan el camino del río de la vida del hombre que ve y vive
la vida con fe «vida y enamorada». Las campanas señalan el camino. Pero
también hay posibilidad de que el hombre que no oye la voz de las campanas
-voz de fe- se aturda y no oiga, ni acierte con el camino. ¡Lo pierda!
EL CAMINO PERDIDO
Cuando un viajero pierde el camino, la sensación de no llegar a la meta, le
produce una amargura de ser un descarriado, un náufrago que camina a
ciegas, a oscuras.
El filósofo Séneca, hace ya muchos siglos, advertía que el hombre es el único
ser vivo que puede «perderse». Y otro filósofo, este contemporáneo o del siglo
XX, opinaba, con escepticismo antropológico, que el hombre es frecuente
un perdido. No dice de qué. Pues se limita al hecho. «No es cosa nueva ni
accidental.
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