Page 358 - Laviana
P. 358
el marqués de Guadaira”, que se desarrolla en el balneario de Fuensanta, hace Laviana
diversas menciones a la ciudad de Oviedo, que también aparece en La aldea
perdida. Y en otras ocasiones, bajo el seudónimo de Lancia, como en la novela de
1893, El Maestrante, donde se la describe de la siguiente manera en su capítulo X:
De las diez novelas que venimos señalando que tienen como escenario lugares
asturianos, cuatro se desarrollan en su concejo natal de Laviana. Se trata de El
señorito Octavio (1881), El idilio de un enfermo (1883), La aldea perdida (1903) y
“Transcurrieron cinco años. La noble ciudad de Lancia ha cambiado Sinfonía pastoral (1931). Como ya he señalado, su primera y su última novela,
poco en su exterior y menos aún en sus costumbres. Unas cuantas como redondeando el ciclo, transcurren en su concejo natal, lugar al que le unen
casas-grilleras con adornos de mazapán alzadas por el oro indiano determinadas dosis de nostalgia y añoranza, que se irradian convenientemente en
en las inmediaciones del parque de San Francisco; varios trozos de estas cuatro novelas y en dos de sus cuentos, “El potro del señor cura” y “Solo”, así
acera en calles que jamás la poseyeran; tres faroles más en la plaza como en los siete capítulos que en La novela de un novelista dedica a este concejo.
de la Constitución; un guardia municipal suplementario, que debe su
existencia no tanto a las necesidades del servicio como a las pasiones Aunque no siempre aparezca Laviana con su propia identidad, sino que también
del alcalde […]; en el paseo del Bombé algunas estatuas de bronce con aquí utiliza el recurso al seudónimo. En la primera de sus novelas, El señorito Octavio,
el ropaje caído, que produjeron grave escándalo a su erección, […] se habla del concejo de Vegalora, mientras que en El idilio de un enfermo se hace
mención al concejo de Las Brañas y al pueblo de Riofrío, que serían Laviana y Entralgo
La misma vida vegetativa, brumosa, soñolienta; las mismas tertulias en las respectivamente, mientras que La aldea perdida y Sinfonía pastoral se sitúan ya, sin
trastiendas libando con deleite la miel de la murmuración. Los apodos complejos, en Laviana, mencionando al concejo por su propio nombre y dando
soeces pesando siempre como losa de plomo sobre la felicidad de todas sus coordenadas geográficas. Y digo sin complejos porque pareciera que en
algunas respetables familias. En el Bombé, las tardes de sol, los mismos las dos primeras mencionadas, el novelista, poco seguro de su arte y quizás de sus
grupos de clérigos y militares paseando desplegados en ala. Las enormes posibilidades, oculta el nombre de Laviana, mientras que lo muestra abiertamente
campanas de la basílica tañendo invariablemente a horas fijas. Las en las dos últimas, ya como novelista consagrado y sabiendo que la trascendencia
viejas devotas caminando con planta presurosa al rosario o a la novena. de sus palabras va más allá de lo que en sus comienzos había tal vez supuesto.
El canto monótono de los canónigos resonando profundamente en la Sobre todo, en Sinfonía pastoral, en la que hace menciones a su propia obra —en
soledad de las altas bóvedas. En Altavilla, a la hora del crepúsculo, los un momento cita La aldea perdida y sus personajes—, a su propia familia —su padre
eternos corros de jóvenes alegres, riendo mucho […] Y allá, en lo alto aparece mencionado y por su propio nombre en determinado momento— y a otros
del firmamento, iguales corros de nubes pardas y tristes amontonándose personajes conocidos de Laviana —el cardenal Ceferino González y su hermano
en silencio sobre la vetusta catedral, para escuchar en las noches Atanasio son personajes de la propia novela.
melancólicas de otoño los lamentos del viento al cruzar la alta flecha
calada de la torre”. Son muchas las descripciones que hace del concejo en una y otras obras.
Descripciones que alimentan la nostalgia y añoranza que he señalado y en las
que el autor muestra sus mejores artes descriptivas, acentuando perfiles y matices
y recreándose en una prosa que pretende dejar constancia de las excelencias
No quisiera pasarme de listo, aunque sí me gustaría sugerir que esta mención de la del escenario elegido. Cualquiera de aquellas descripciones puede ponerse en
“vetusta catedral” puede ser un guiño literario a su buen amigo Clarín que había contraste con la que recoge en el capítulo XXXVII de La novela de un novelista:
publicado La Regenta en 1885, situándola en la ficticia Vetusta, hoy tan universal
como su autor.
Langreo, por su parte, es el escenario de los primeros capítulos de Santa Rogelia “Es el valle de Laviana, donde he nacido, grandioso sin ferocidad, grave
(1926), cuya protagonista vive en Lada, un topónimo que Palacio Valdés utiliza unas y apacible al mismo tiempo. Los prados, siempre verdes, circundados de
veces como el del núcleo de Lada, que tan bien conocía por sus visitas al balneario, avellanos, surcados por mansos arroyuelos, causan una impresión idílica
y otras como el de todo el concejo de Langreo. En este caso Lada y Langreo, así de paz y contento. Pero las suaves colinas que lo limitan, cubiertas de
como Sama, Ciaño y La Felguera, con las inevitables libertades que suele tomarse el espesos casta ñares, surgen ya con un sentimiento de fuerza, como una
novelista, se corresponden con sus topónimos reales. majestuosa armonía que no turba la paz de nuestro espíritu aunque lo
inclinan a la meditación. Detrás, otras colinas más altas y adustas, alzan
su cabeza desnuda. Por fin, más allá, se levantan protectoras grandes
masas de montañas salvajes, como poderoso baluarte contra las
358 359