Page 359 - Laviana
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el marqués de Guadaira”, que se desarrolla en el balneario de Fuensanta, hace   Laviana
 diversas menciones a la ciudad de Oviedo, que también aparece en  La aldea
 perdida. Y en otras ocasiones, bajo el seudónimo de Lancia, como en la novela de
 1893, El Maestrante, donde se la describe de la siguiente manera en su capítulo X:
        De las diez novelas que venimos señalando que tienen como escenario lugares
        asturianos, cuatro se desarrollan en su concejo natal de Laviana. Se trata de  El
        señorito Octavio (1881),  El idilio de un enfermo (1883),  La aldea perdida (1903) y
 “Transcurrieron cinco años. La noble ciudad de Lancia ha cambiado   Sinfonía pastoral (1931). Como ya he señalado, su primera y su última novela,
 poco en su exterior y menos aún en sus costumbres. Unas cuantas   como redondeando el ciclo, transcurren en su concejo natal, lugar al que le unen
 casas-grilleras con adornos de mazapán alzadas por el oro indiano   determinadas dosis de nostalgia y añoranza, que se irradian convenientemente en
 en las inmediaciones del parque de San Francisco; varios trozos de   estas cuatro novelas y en dos de sus cuentos, “El potro del señor cura” y “Solo”, así
 acera en calles que jamás la poseyeran; tres faroles más en la plaza   como en los siete capítulos que en La novela de un novelista dedica a este concejo.
 de la Constitución; un guardia municipal suplementario, que debe su
 existencia no tanto a las necesidades del servicio como a las pasiones   Aunque no siempre aparezca Laviana con su propia identidad, sino que también
 del alcalde […]; en el paseo del Bombé algunas estatuas de bronce con   aquí utiliza el recurso al seudónimo. En la primera de sus novelas, El señorito Octavio,
 el ropaje caído, que produjeron grave escándalo a su erección, […]  se habla del concejo de Vegalora, mientras que en El idilio de un enfermo se hace
        mención al concejo de Las Brañas y al pueblo de Riofrío, que serían Laviana y Entralgo
 La misma vida vegetativa, brumosa, soñolienta; las mismas tertulias en las   respectivamente, mientras que La aldea perdida y Sinfonía pastoral se sitúan ya, sin
 trastiendas libando con deleite la miel de la murmuración. Los apodos   complejos, en Laviana, mencionando al concejo por su propio nombre y dando
 soeces  pesando siempre  como losa  de plomo sobre  la felicidad de   todas sus coordenadas geográficas. Y digo sin complejos porque pareciera que en
 algunas respetables familias. En el Bombé, las tardes de sol, los mismos   las dos primeras mencionadas, el novelista, poco seguro de su arte y quizás de sus
 grupos de clérigos y militares paseando desplegados en ala. Las enormes   posibilidades, oculta el nombre de Laviana, mientras que lo muestra abiertamente
 campanas de la basílica tañendo invariablemente a horas fijas. Las   en las dos últimas, ya como novelista consagrado y sabiendo que la trascendencia
 viejas devotas caminando con planta presurosa al rosario o a la novena.   de sus palabras va más allá de lo que en sus comienzos había tal vez supuesto.
 El canto monótono de los canónigos resonando profundamente en la   Sobre todo, en Sinfonía pastoral, en la que hace menciones a su propia obra —en
 soledad de las altas bóvedas. En Altavilla, a la hora del crepúsculo, los   un momento cita La aldea perdida y sus personajes—, a su propia familia —su padre
 eternos corros de jóvenes alegres, riendo mucho […] Y allá, en lo alto   aparece mencionado y por su propio nombre en determinado momento— y a otros
 del firmamento, iguales corros de nubes pardas y tristes amontonándose   personajes conocidos de Laviana —el cardenal Ceferino González y su hermano
 en silencio sobre la vetusta catedral, para escuchar en las noches   Atanasio son personajes de la propia novela.
 melancólicas de otoño los lamentos del viento al cruzar la alta flecha
 calada de la torre”.  Son muchas las descripciones que hace del concejo en una y otras obras.
        Descripciones que alimentan la nostalgia y añoranza que he señalado y en las
        que el autor muestra sus mejores artes descriptivas, acentuando perfiles y matices
        y recreándose en una prosa que pretende dejar constancia de las excelencias
 No quisiera pasarme de listo, aunque sí me gustaría sugerir que esta mención de la   del escenario elegido. Cualquiera de aquellas descripciones puede ponerse en
 “vetusta catedral” puede ser un guiño literario a su buen amigo Clarín que había   contraste con la que recoge en el capítulo XXXVII de La novela de un novelista:
 publicado La Regenta en 1885, situándola en la ficticia Vetusta, hoy tan universal
 como su autor.

 Langreo, por su parte, es el escenario de los primeros capítulos de Santa Rogelia   “Es el valle de Laviana, donde he nacido, grandioso sin ferocidad, grave
 (1926), cuya protagonista vive en Lada, un topónimo que Palacio Valdés utiliza unas   y apacible al mismo tiempo. Los prados, siempre verdes, circundados de
 veces como el del núcleo de Lada, que tan bien conocía por sus visitas al balneario,   avellanos, surcados por mansos arroyuelos, causan una impresión idílica
 y otras como el de todo el concejo de Langreo. En este caso Lada y Langreo, así   de paz y contento. Pero las suaves colinas que lo limitan, cubiertas de
 como Sama, Ciaño y La Felguera, con las inevitables libertades que suele tomarse el   espesos casta ñares, surgen ya con un sentimiento de fuerza, como una
 novelista, se corresponden con sus topónimos reales.  majestuosa armonía que no turba la paz de nuestro espíritu aunque lo
              inclinan a la meditación. Detrás, otras colinas más altas y adustas, alzan
              su cabeza desnuda. Por fin, más allá, se levantan protectoras grandes
              masas de montañas salvajes, como poderoso baluarte contra las



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