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de uso común donde mayor presencia e importancia adquiría era
        en los puertos de altura, articulados en majadas de primavera y de
        verano, asignaban periodos de pasto y estada para las diferentes
        especies que componían la nutrida cabaña ganadera local; que en
        algunos puertos se complementaba con la entrada de rebaños de
        merinas trashumantes que pagaban un alquiler a las comunidades
        locales, con el que liquidaban sus “quiebras y débitos”, o en otros
        casos  financiaban  con  él  servicios  básicos  como  la  educación  a
        través de la contratación comunitaria de un maestro rural.


        Además de la actividad ganadera, las ordenanzas también re-
        glamentaban la gestión y los aprovechamientos forestales de las
        manchas de bosque. No en vano imponían a cada vecino la obli-
        gación de plantar en terrenos comunales todos los años al menos
        un árbol frutal, el cual bajo el derecho de “poznera” conservaban la
        titularidad del vuelo y el fruto pero no del suelo, fórmula bajo la cual
        se extendieron la mayor parte de los castañeares que existen hoy
        en Redes. La ordenación era tan minuciosa que incluso en las “oxas”
        o acotados en los robledales, no sólo se prohibía su corta en reser-
        va de intereses comunes, sino que se reglamentaba el aprovecha-
        miento de su hoja para hacer la cama del ganado y disponer así de
        mayor cantidad de fertilizante orgánico para prados y cultivos. Igual
        sucedía en el aprovechamiento de la madera de haya para la ela-
        boración de madreñas, quedando prohibida la corta a mata rasa
        en estas masas y debiendo respetarse los árboles de mayor vigor
        “como futuros padres”; aprovechamiento que dio lugar a un género
        de vida con entidad propia, el de los “madreñeros casinos”. Por su
        parte, las masas de acebos, emplazadas en su mayor parte en las
        majadas de primavera, también contaban con reglamentación en
        las ordenanzas, quedando “prohibida su corta por el pie”, mientras
        que se permitía su poda en altura para suministrar su hoja como
        forraje al ganado en las estaciones equinocciales cuando el pasto
        escaseaba, a la vez que se mantenía su estructura como refugio
        para el ganado ante posibles invernadas.


        La cristalización en el paisaje de aquella manera de entender, ges-
        tionar y aprovechar el monte aparece reflejada en la fotografía aé-
        rea del Vuelo Americano de 1956, así como en las primeras fotogra-
        fías terrestres que nos legaron los montañeros que a mediados del
        siglo recorrieron los valles y montes casinos, mereciendo mención


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