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La declaración de los MUP lo primero que impuso fueron nuevos
        marcos y límites de gestión que rompieron con las unidades tradi-
        cionales de ordenación y aprovechamiento definidas y consensua-
        das por las comunidades rurales durante siglos, a la par que limi-
        taciones incesantes a las actividades que históricamente se venían
        desarrollando en ellos, bajo un afán de expandir la extensión de las
        manchas boscosas, como si estas sufrieran una intensa deforesta-
        ción o fueran escasas, nada más lejos de la realidad descrita. Valga
        como ejemplo la prohibición de la tala de madera para la elabora-
        ción de madreñas mediante sanciones forestales a los artesanos,
        forzándolos en muchos casos a la emigración durante las décadas
        de los 50 y 60 el pasado siglo, tal cual sucedió en el pueblo de Tarna.
        En esta etapa se dio además un cambio trascendental: el paso de
        la titularidad de los montes a favor del ayuntamiento moderno, a
        excepción de las declaradas como parroquias rurales, así como el
        trasvase de la gestión de los mismos al organismo regional compe-
        tente en materia forestal. Estos cambios han contribuyeron de for-
        ma notable a un progresivo distanciamiento entre población local y
        gestión de los recursos naturales.


        Estos cambios formales, junto con el progresivo vaciamiento de-
        mográfico de los pueblos y aldeas, al socaire del éxodo rural con-
        temporáneo a los centros industriales nacionales y regionales, pro-
        vocaron el abandonó del monte como espacio productivo, con la
        consiguiente simplificación de los complejos sistemas de pastoreo
        rotacional, así como la extinción de la mayor parte de las prácti-
        cas forestales descritas. Su decadencia productiva trajo parejo un
        proceso de cierre gradual del paisaje a favor de las coberturas de
        bosque y matorral, tendente a difuminar el carácter en mosaico de
        los montes casinos y con capacidad para borrar bajo la maleza la
        herencia cultural en forma de cabañas, caminos, abrevaderos y de-
        más construcciones auxiliares que los dotaron de vida años atrás.


        La declaración del Parque Natural (1996) y de la Reserva de la Bios-
        fera (2001) surgen como figuras de protección del territorio con la
        clara encomienda conciliar conservación y desarrollo socioeconó-
        mico en el caso de la primera, y de velar, en igual medida, por la
        conservación tanto del patrimonio natural como del cultural en la
        segunda. Ya han pasado varios años de ambas declaraciones y el
        balance no es positivo, el anhelado desarrollo sostenible no se ha


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