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protegiera todo el año, especialmente en primavera, cuando pasa-
        ban por delante de la capilla en dirección al puerto Contorgán, don-
        de pasarían muchos peligros hasta el otoño. Siempre fue un “santu
        ricu” porque el día de su fiesta, el 17 de enero, se subastaban mu-
        chos lacones, por eso le llaman San Antón “el llaconeru”, además de
        parte de lo que se producía en las casas: manteca, queso, huevos,
        pollos, cabritos... El día de su fiesta se saca en procesión alrededor
        de la capilla.




        Los Motivos


        Al contemplar esta iglesia surge la pregunta ¿por qué se hizo en
        este pueblo tan remoto, con una orografía tan difícil y, suponemos,
        unas condiciones de vida tan penosas? La respuesta es que Caleao
        era un pueblo de arraigadas creencias cristianas y con una colosal
        conciencia religiosa y de comunidad.


        La asamblea general de vecinos, “el conceyu”, se celebraba al am-
        paro de la cruz, en el pórtico y alrededores de la iglesia. Eran convo-
        cados al “son de campana tañida”, utilizando la pequeña campana
        del siglo XIII situada en lo más alto del campanario.


        El “conceyu”, desde 1562, elegía a cuatro Procuradores por un año,
        con la condición de que “fueran honrados, temerosos de Dios y bue-
        nos cristianos” y les otorgaban amplios poderes para hacer cumplir
        las Ordenanzas por las que se regían y tomar cuantas medidas fue-
        sen necesarias para el buen gobierno. El “conceyu” podía deponer-
        los, y restringir o ampliar sus atribuciones cómo y cuándo lo estima-
        ba conveniente para el bien general. Estaban obligados a nombrar
        seis vecinos viejos, prácticos y experimentados, para tomar su con-
        sejo, parecer y aprobación en las decisiones que tomaran.


        Los vecinos no querían que padeciera quebranto la fábrica de la
        iglesia, y se comprometían con sus bienes y personas a suplir cuan-
        to fuese necesario. Si había que hacer alguna reparación, el pueblo
        aportaba trabajo personal, materiales y fondos procedentes de las
        multas impuestas por la infracción de las Ordenanzas. A lo largo de
        los siglos y hasta nuestros días, cuando había “sextaferia” (trabajo
        comunitario) para reparar el tejado, aparecía el que menos se es-


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