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peraba, sin distinción de ideas o creencias, porque desde siempre
los vecinos miraron por esta iglesia como cosa propia: la hicieron, la
conservaron y la defendieron cuando fue necesario.
Prueba de ello es que, cuando la guerra vinieron decididos a que-
marla unos milicianos y los acompañaba un vecino de Caleao. Pero,
al entrar en la iglesia, el de Caleao sintió un escalofrío y no sabemos
qué se le pasaría por la cabeza, que dijo: “Equí non se quema nada”
y convenció a sus acompañantes para que no lo hicieran. Por la
misma época vinieron a por las campanas para fundirlas y el alcal-
de de entonces se opuso, diciendo que las campanas no las podían
llevar porque era el medio que tenía el pueblo para movilizarse en
caso de incendio o de cualquier emergencia. Y desistieron.
Los vecinos de Caleao intuyeron la importancia de la educación, e
hicieron la primera escuela del Concejo. Todavía se conserva, en el
edificio donde estuvo, una piedra con la siguiente inscripción: “Hízo-
se esta casa de escuela a costa de los vecinos de esta parroquia,
siendo procuradores Toribio Calvo, Toribio Miguel, Tomás Gonzalo y
Fernando Calvo. Año de 1786.”
Para hacer el retablo del altar mayor Caleao vendió al concejo de
Aller una extensa parte del puerto Contorgán, desde la Tabierna a la
Valencia. Contorgán es extraordinariamente abundante en pastos
y agua y la mayor riqueza para un pueblo ganadero como Caleao,
porque mantiene espléndidamente sus ganados desde la primave-
ra al otoño.
Esto unido a que la vaca de raza casina tiene una perfecta adap-
tación al medio y produce una leche de excelente calidad, muy rica
en grasa, hizo posible que ya desde la Edad Media, se elaborase el
famoso “quesu casín” y en 1831 se hiciese una fábrica de manteca
salada o de Flandes en Caleao . De Contorgán bajaba una riqueza
extraordinaria en forma de leche, manteca, cuajada, queso...
Lo ganó para Caleao José González, (en algunos documentos Pri-
da), conocido como “el cazaorín de Caleao” (1744-1817). Se cuentan
de él muchas anécdotas, grandes peripecias, peligros y blancos ex-
cepcionales. Sus proezas llegaron a oídos de Carlos IV, que pudo
comprobar personalmente que su fama era merecida, a pesar de
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