Page 332 - San martín del Rey Aurelio
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todas aquellas estancias veraniegas de  manera forzosa. No me
            quedaba más remedio. De todas maneras, protesté mucho para
            desconcierto de mis padres, que me consideraban, hasta ese in-
            stante, un niño muy fácil de tratar. Tenía que defender mis intere-
            ses como fuera.

            Mis planes de verano eran mucho más sugerentes. Daba la casual-
            idad de que Luna, mi amor inconfesable de aquel curso, no po-
            dría irse de vacaciones porque sus padres acababan de que-
            darse en el paro. Seguro que cualquier imbécil de los del instituto
            aprovecharía la oportunidad para conquistarla y meterle mano en
            cualquier sucio rincón de la piscina del barrio y yo aquí, muerto
            del asco, entre animales malolientes y montañas interminables.


            - Hugo, siempre estás igual -me replicó mi madre de forma mal-
            humorada-. Además, el señor Mateo te quería mucho. ¿No vas a
            ser tú el único del pueblo que no se despida de él, verdad? Todo
            el mundo va a estar allí.


            - Elena, deja al niño en paz. Tiene razón -intentaba ayudarme con
            poca fortuna y un profundo sentido de camaradería mi servicial
            padre-. A  mi tampoco  me apetece mucho, y lo  peor es  que las
            señoras del pueblo no van a dejar de murmurar. Ya sabes cómo
            son. Se aburren tanto que tienen que despedazar la vida de los
            demás. Este pueblo está tan muerto que es lo único en lo que se
            pueden entretener.

            Una mirada repentina de mi madre, de esas que solo se ponen en
            momentos de tensión máxima, provocó que termináramos la dis-
            cusión de forma abrupta. No teníamos nada que hacer, así que lo
            mejor era plegar velas y asumir la derrota. Mi madre era una mujer
            de carácter difícil y los hombres de la casa estábamos planteán-
            dole demasiados problemas.

            Fue a partir de entonces, cuando comenzó mi temor. Ahora, con
            el paso del tiempo, sé que mis padres quisieron cumplir con una
            simple convención social. Los residentes en Moraleda y los allega-
            dos a la familia Mateo debíamos estar presentes en el sepelio. Es la








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