Page 331 - San martín del Rey Aurelio
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Mis abuelos nunca han querido salir de Moraleda. De hecho, sus
visitas a la capital se cuentan con los dedos de una mano. Se han
encontrado muy cómodos aquí, puesto que formaron parte im-
portante del desarrollo económico y social de este lugar. Haber
pasado toda su vida entre montañas, ganado y mucho tiempo
para trabajar les convirtió en una pareja dura y cómplice ante las
vicisitudes que les iban surgiendo. Todo el pueblo reconocía que
el motor de la casa era mi abuela Mercedes. Su cuerpo rechoncho,
sus canas y su amabilidad permanente la convirtieron en una de
las personas más solicitadas en el valle. Durante los veranos que
pasé allí, cuidó sin descanso a la anciana y malhumorada señora
Amparo Márquez, propietaria de la mayoría de terrenos agrícolas
de la provincia, que le profesó un enorme afecto hasta el día de
su muerte. A pesar del extenuante trabajo, mi abuela nunca se
olvidaba de darme algo de suelto cada vez tenía el monedero a
mano. “Para que te compres caramelos cuando bajes al pueblo”,
me decía. Se notaba que era su nieto preferido y es que he de
reconocer que siempre la he conquistado.
Por su parte, mi abuelo Juan, ahora jubilado, se dedicó toda su
vida a la ganadería y a la agricultura, llegando a amasar una ci-
erta fortuna por sus buenas relaciones con los jefes del régimen
que gobernó, según dicen, de forma injusta y desafortunada, este
país durante décadas. Como buen hombre de su edad, tiene un
carácter hosco y desagradable, pero aún recuerdo algunas de las
enseñanzas que me regaló a lo largo de los veranos que pasé jun-
to a él. Es cariñoso a su manera. De hecho fue el único que tuvo
conciencia de la falta de atracciones que proporcionaba aquel
retiro montañoso para un adolescente en ciernes como yo.
- Tu abuela se empeña en que vengas por el verano y yo ya se lo
digo, Hugo. Estás en edad de volar y hacerte un hombre -me decía
una y otra vez con gesto sereno.- Esto ya no es para ti. Debes bus-
car algo mejor. Estudia idiomas o ve al extranjero. Si yo tuviera tu
edad, no lo dudaría.
Aún le agradezco esas charlas y sus consejos. Forjaron mi carácter
contestatario. No obstante, a pesar de mi inquietud juvenil, acepté
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