Page 330 - San martín del Rey Aurelio
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No quiero ir al funeral del señor Mateo. ¡Será aburrido y, además,
            todo el mundo va a estar muy triste! -les repliqué a mis padres un
            buen día del verano de hace dos años.

            Fue un momento difícil, de esos que no se olvidan. Creo que dejé
            de ser un niño entonces. Ya les explicaré las razones por las que
            tengo esta opinión. Lo que les estoy a punto de contar es uno de
            esos recuerdos que golpean la vida de cualquiera sin remedio, y
            que ha vuelto a aparecer, de forma repentina, por ciertos motivos
            que les explicaré poco a poco. No desesperen. Lo mejor es que
            comprendan cada detalle de esta historia por completo, porque
            contiene testimonios de amor, traición y muerte, que podrían ser-
            vir como trama de una novela apasionante, pero hay veces en las
            que la realidad supera a la más inquietante de las ficciones.

            Entiendan que, en aquel momento, ir al funeral de uno de los hom-
            bres más huraños de Moraleda, el pueblo donde yo veraneaba, era
            el plan menos apetecible del mundo. Imaginen que yo era un abur-
            rido chaval de quince años veraneando en una atmósfera, en apa-
            riencia, idílica: un puñado de aldeas desperdigadas por las mon-
            tañas de un valle que ya atraía a muy pocas personas: Moraleda.
            Para mí era como si estuviéramos viviendo en otro siglo. Si quier-
            en conocer algún dato más, les puedo decir que la edad media
            de la gente que iba a convivir conmigo era, por lo menos, mucho
            mayor que la mía y que no pude encontrar fácilmente muchachos
            con los que hablar o relacionarme. El tedio veraniego se avecinaba
            largo y costoso, así que debía buscar distracciones.


            Aún no les he dicho que parte de mi familia materna vive en Mo-
            raleda. Me refiero a mis abuelos. Hay que reconocer que nuestra
            relación siempre ha sido estupenda, pero algo descuidada. De eso
            no tengo ninguna duda. La distancia suele enfriar hasta el amor
            más profundo si no se presta atención a la persona querida. Por
            este motivo, el hecho de que mis padres y yo vivamos en el otro
            extremo del país es una buena muestra de lo que les acabo de ex-
            plicar. A decir verdad, yo era un típico niño de una capital cualqui-
            era que se encontraba aislado en un lugar por el que el tiempo no
            avanzaba. Parecía un escenario sacado de una película antigua.








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