Page 23 - Ribadedeva
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Y, de sur a oeste, dispuestas como castilletes protectores, Vilde, Villanueva, Andinas, Noriega, Bo-
          querizo y Bojes llevan al concejo desde los meandros del Deva a las faldas ondulantes del Cuera,
          hasta enfilar el valle Oscuru.


          Si la etimología del nombre del concejo arroja pocas dudas, la de la capital, Colombres, no está
          tan clara, y para unos proviene de las aves marinas confundidas con palomas que pudiera haber
          observado algún latinohablante (columbae); para otros, de la máxima con los hombres, con la que
          los habitantes de la villa se llamarían en apoyo de otros; y alguna interpretación más.

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          Tras el esbozo del espacio, un apunte sobre el tiempo: ¿Cuándo empezó todo?

          Antes de que el hombre comenzara a dejar su huella, las rocas recogen en su seno la memoria del
          territorio y de sus primitivos habitantes. Decenas de millones de años atrás, la superficie sobre la
          que se asienta el concejo estuvo bajo el agua. El mar lo ocupaba todo hasta que los lentos pliegues
          tectónicos hicieron emerger la cordillera y convirtieron los fondos marinos en tierra firme: bajo el
          manto vegetal, la caliza habla de quienes nos precedieron: nummulites y amonites, equinoideos y
          gasterópodos pueblan aún, convertidos en piedra, los suelos de Ribadedeva. Desde ahí nos hablan
          de la futilidad de tantos afanes, y de la brevedad de la historia: toda la existencia humana no llega
          a una mínima parte de la de estos seres petrificados.

          La mar, siempre la mar. Las huellas del tiempo también hablan una y otra vez del mar. Si desde
          la escala de los millones de años damos paso a la de los miles, se alza, o mejor dicho, se ahonda,
          como enseña de la prehistoria en Ribadedeva y Asturias, el asentamiento solutrense de El Pindal.


          Ya el camino hacia la cueva, por la ladera que lleva hacia Pimiango, prepara a quien por allí llega
          para las sucesivas maravillas que le van a asaltar. Al llegar a la rasa en la que se asienta el pueblo,
          antes de comenzar a descender por la carretera del acantilado, el Cantábrico se muestra desde el
          mirador del Picu con toda su presencia y poder, pero es que, si el día lo permite, girándonos hacia
          nuestras espaldas veremos los perfiles de El Cuera primero y, detrás, los Picos de Europa, con el
          inconfundible Urriellu destacando en la imponente alineación.

          El acceso a la cavidad es hoy un balcón privilegiado sobre el Cantábrico y su permanente cortejo
          con la roca, aunque la línea de costa estuviera más alejada hace 15.000 años. La honda emoción
          de la contemplación del mar entre los acantilados se achica unos metros más allá, ya en el inte-
          rior de la gruta. Frente a las hendiduras de la piedra, y los negros y los ocres, el misterio del arte
          permanece sin descifrar pese a que, milenios después, el sobrecogimiento se mantenga intacto.

          Permítaseme otro salto, este de siglos, y pasar de puntillas por los primeros cronistas que mencio-
          naron estos lares, y apenas citar algunos de los hitos de nuestra historia.

          Estrabón, de oídas, y Plinio el Viejo, entre otros, se dejaron impresionar por las costumbres de los
          moradores de estas tierras, frontera entre pueblos y regiones, y por un paisaje que pudiera corres-
          ponder con el del entorno de la actual ensenada de Tinamayor.


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